LA MASCARA

El día amaneció con una brisa fresca que no alcanzaba a calmar las tensiones en la Mansión Arriaga. Isabela despertó con el corazón pesado, su mente repasaba una y otra vez la imagen de Leonardo abandonándola en la isla para correr al lado de Camila. Aunque intentaba convencerse de que no debía importarle, el dolor seguía presente.

Leonardo, por su parte, estaba en su despacho desde temprano. Sus pensamientos lo traicionaban: no podía sacarse de la cabeza a Isabela, su mirada desafiante y el modo en que había usado su apellido para defender su posición. Sin embargo, la situación con Camila y su "delicado estado de salud" lo tenía atrapado. Cada vez que intentaba alejarse, la culpa lo golpeaba como una tormenta.

Camila apareció en la sala de estar, luciendo débil, con un leve rubor en las mejillas y una expresión que gritaba victimismo. Se apoyaba en el brazo de una de las mucamas, fingiendo dificultad para mantenerse en pie. Leonardo, al escuchar su nombre ser mencionado en el corredo
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