Ajena a lo que se avecinaba viví el comienzo de mi
relación con Ian con alegría, con ilusión. Me dejé llevar por
la sensación de seguridad que tenía a su lado. Me permití
disfrutar de la vida. Olvidé por unos días que mi pasado
estaba lleno de drama y dolor.
Ian era maravilloso.
Ian era cariñoso.
Ian era cuidadoso.
Era todo lo que una mujer, o mejor dicho yo, deseaba en
un hombre. Era guapo e inteligente, atractivo. Ponía mi bien
antes que el suyo, me mimaba, vaya si lo hacía. Recuerdo el
primer orgasmo en sus brazos, el segundo y el tercero, los
tres míos y ni uno de él.
Sus caricias eran como una droga y me volví adicta desde
ese momento. A veces si no tenía pacientes iba a comprar
un café y aprovechaba para llevarle una a él a la comisaría.
¿No era una suerte que él tenía una oficina con cerrojo?
Otras veces aparecía él en la consulta, pero yo no tenía
cerrojo. En cambio, tenía una rece