—¡Joder! ¡Ava! —grité.
—Por Dios, Isabella, recuerdas que estamos en unhospital, ¿no? —espetó Ava entrando en mi oficina.—¿Tú no tenías que investigar el asunto de Sam?—Peters, el chico nuevo está en ello.—Pues Peters está haciendo un trabajo de mierda —dijevolviendo el portátil hacia ella.Ava maldijo al ver el video del secuestro de Sam.—¿White?—Ahora lo traen, herida de bala en el abdomen, pero estáconsciente. Al menos lo estaba al principio. Tuvieron quesedarle porque quería ir y rescatar a Sam.—Ya voy yo —dijo Ava.—Ava —la llamé cuando estaba a punto de abrir la puerta—. Quiero que paguen, ¿me entiendes?—¿No lo hacen siempre?—Estoy harta, Ava, harta de esos hombres que piensanque pueden secuestrar a una mujer a plena luz del día ynadie moverá un dedo. Quiero un ejemplo, quiero un castigoejemplar para ellos y para todas esas mierdas de reporterosque grabaron y ni