SIN TI NO SOY NADIE
SIN TI NO SOY NADIE
Por: Luna Sanchez
BENDITOS

Benditos tacones, bendito vestido y bendita sea la hora en la que me decidí a salir. Llegando a la discoteca, me llama Gael, mi marido.

—¿Diga? —¿Por qué me dices «diga», si sabes perfectamente quién soy? —pregunta con su particular tonito.

—Es la costumbre, Gael.

Gael y yo llevamos tres años juntos, en realidad, llevaríamos cuatro de no ser porque hace tres años dejamos la relación durante seis meses. Tenemos un pequeño apartamento en la ciudad, nada de niños, ni perros, ni cariño… Sí, puede que estemos en crisis o pasando un «pequeño» bache, solo rezo porque lo superemos, él no era de esta manera, antes era diferente, pero desde hace cosa de unos pocos meses, se torció.

Y encima, la rutina ha hecho que sea imprescindible en mi vida.

—Bueno, a lo que iba —continúa ignorando—, mi hermano llega mañana, le hemos preparado la fiesta que te comenté, no hagas planes.

—¿Para eso me llamas? —pregunto extrañada—. Podrías habérmelo dicho en casa.

—No, para eso y para saber a qué hora vendrás.

—No lo sé, Ema, Rosi y daniel estarán esperándome, aún no he hablado con ellos. Ya sabes que daniel se marcha dentro de dos días alds, quiero aprovechar el tiempo que me queda con él.

Me excusé sin saber por qué, ya que uno de mis mejores amigos se marchaba por trabajo, durante una larga temporada, y sería bastante difícil vernos.

—Ah, sí…, el amiguito… Qué poco me gusta ese maricón.

—gaeñ, no empieces, y no le faltes al respeto, es mi amigo. —Me enfado.

—Como si quiere ser tu primo. No me gusta, seguro que lo hace porque

quiere conseguir que las tías se acerquen a él.

—Eso no le hace falta, no inventes cosas, Gael —le advierto.

Y es cierto. Daniel es un hombre que emana erotismo por todos los poros de su piel. En demasiadas ocasiones he visto cómo las mujeres se deshacen por sus huesos. Es moreno, de pelo negro, mide un metro ochenta y esos ojos verdes como prados, solo lo hacen más atractivo. Por no hablar de su perfecto

y duro cuerpo, machacado por dos horas diarias de gimnasio… Dejo de desvariar cuando Joan me habla.

—No me invento las cosas y tú, no le defiendas. —Noto en su voz cómo se enfada.

Suspiro fuertemente y él hace un ruido al teléfono, dándome a entender que no le ha sentado bien.

—Antes de las tres quiero que estés de vuelta o te dejaré en la calle —asegura siguiendo la conversación cuando no le contesto.

Me río ante ese comentario. ¿Qué está diciendo? ¡Es absurdo!

—¿No serás capaz? —pregunto con gracia, pensando que es una de sus bromas.

—¿Tengo que recordarte que el apartamento es mío? —dice seriamente.

—No —contesto tímida.

Me doy cuenta de que va en serio, y no entiendo el motivo, ni a qué ha venido eso, pero no me apetece discutir en mi noche de «chicas».

—Pues ya sabes. Venga, adiós.

—Te quiero…

Pero el «te quiero» se va junto con el pitido del teléfono al colgar…

Raramente me dedica algún apelativo cariñoso, solo cuando le interesa algo.

Cosa que antes no tenía ni que pedir, ya que desde siempre había sido un chico cariñoso, detallista y atento.

Decido dejar mis pensamientos a un lado y pasármelo bien, como me propongo cuando salgo de mi casa. Llego a la puerta y me encuentro a los tres mirándome a la vez que me señalan el reloj; yo levanto las manos a modo

de disculpa.

—Lo siento —me disculpo cuando estoy frente a ellos.

—¿Por qué llegas tarde siempre? —pregunta Enma resoplando.

—Es que…, por los cabellos, no vengo… —Miro hacia el suelo.

—Vaya, ¿y eso? —pregunta Rosi.

—¡Pues por qué va a ser! ¡Por el cabrón de su marido! —contesta exasperado Dexter.

—¡Dexter! —le regaño—. No es un cabrón. Tiene su manera de ser y no le gusta que salga.

—Ya claro. No le gusta que salgas, no le gusta que tomes cafés con tus amigos, no le gusta que te pongas un vestido demasiado corto, no le gusta que tengas amigos, masculinos, he de apostillar, ¡no le gusta nada! ¿Cuánto tiempo llevamos así? ¡Desde que volviste con él! ¡Te está absorbiendo la vida!

—No dramatices… Tiene su manera de ser, y también hay que entenderlo. Nadie es perfecto —le defiendo.

—Sabes que llevo razón —me agarra por los hombros y besa mi cabello—, pero te quiero igualmente.

Le sonrío con cariño.

—Yo también te quiero.

Entramos en la discoteca, y pasan dos horas en las que no paramos de bailar y… beber. Como llegue pedo a casa, Joan se va a enfadar y con razón.

Él siempre dice que la bebida es para los alcohólicos, y que una señora como yo, no debería de ir borracha como una cuba.

—Hay un tío que no te quita ojo de encima —comenta Dexter.

—¿Qué dices? —Me sonrojo más de la cuenta en décimas de segundo.

—Sí, cariño, y… viene hacia aquí.

Me pongo nerviosa y tiro mi copa en lo alto de la barra sin querer. Entre los nervios y lo achispada que voy, no doy pie con bola. Comienzo a reír a

carcajadas como una idiota y mi amigo me sigue la corriente.

El chico llega hasta nuestra altura y me sonríe.

—Póngale otra —le dice al camarero.

—Vaya, ¡gracias! —contesto envalentonada.

Me giro para mirar de nuevo a Dexter, que no le quita ojo de encima. El camarero me trae la copa y la deposita sobre la barra. La cojo y miro al tipo

que tengo al lado, no es que sea un adonis, pero es atractivo. Aunque pensándolo bien, ¿a mí qué me importa? Yo solo quiero a Jesús.

—Gracias. —Le sonrío tímidamente.

—De nada, guapa —contesta un tanto borracho.

Noto cómo Dexter me agarra de la cintura de manera posesiva. El hombre que tengo frente a mí mira su agarre y pone las manos a modo de rendición.

—No sabía que estaba contigo —se disculpa con Dexter.

Mi amigo no le contesta, simplemente asiente. Cuando el chico se va, me giro rápidamente para mirarle.

—¿Y esto? —pregunto señalando sus manos.

—Iba como una cuba, solo te traería problemas.

—Bueno…, gracias. Tampoco pensaba hacer nada más que aceptar esa copa.

—Él no venía con las mismas intenciones.

Hago un gesto de indiferencia y salto de mi taburete. Me dirijo hacia la pista donde Enma y Ross están desmelenándose. Entre baile y baile me olvido del mundo por completo. Nos ponemos en círculo, contoneándonos

entre nosotras de manera provocativa, arriba y abajo, sin miramiento.

Pegamos nuestros cuerpos y llegamos hasta el suelo bajo la mirada graciosa de Dexter, que se niega a bailar con nosotras. Cuando nos incorporamos de nuevo, una mano tira de mí hacia atrás y toda la diversión, que minutos antes tenía, se esfuma de un plumazo.

—¿Qué coño haces bailando como una puta? —gruñe Joan en mi oído.

Le miro sorprendida. ¿Qué hace aquí? Cuando decidimos darnos la oportunidad de continuar con la relación hace tres años, la primera condición fue que no sería tan posesivo. Hasta ahora mismo era una cosa que no había

incumplido.

—¿Qué me has llamado? —le pregunto altiva por los cubatas que llevo encima.

—Que qué haces bailando como una puta —repite esta vez más alto.

Varias personas se giran para mirarnos. Dexter se acerca hasta nosotros e intenta que suelte mi codo, lo que recibe a cambio es una mirada asesina por parte de Jesús.

—¿Quién cojones te piensas que eres? —escupe de golpe mi marido.

—Su amigo, suéltala ahora mismo —contesta de manera tajante.

Jesus se aparta de mí y lentamente deshace su agarre. Toco la zona afectada, ya que debido a la presión me duele bastante. Sin quitarle los ojos

de encima, pega su cara a la de Dexter, quien no menea un músculo bajo su mirada intimidatoria.

—Me importa una m****a que sea tu amiga o no, es mi mujer y haré con ella lo que me dé la gana, ¿te queda claro, maricón?

Sin contestarle, Dexter le pega un empujón que le hace dar dos pasos atrás, por poco no cae de espaldas contra el suelo.

—Eh, eh, tranquilos —les pido a ambos extendiendo mis manos para separarles.

—La próxima vez que me llames maricón, te voy a partir la cara —le advierte echando espumarajos casi por la boca.

Miro a Joan rogándole que no continúe, pero él parece no verme. Eleva su mentón para darle más énfasis a lo que sus labios pronuncian a continuación.

—¡Maricón! —le reta bien alto y, para más inri, le dedica una sonrisa.

Dexter se muerde el labio, presionando toda la rabia contra él. Sin esperármelo, veo cómo el vaso que mi amigo tiene en la mano, se estampa

contra la cabeza de Joan. Y entonces se arma un revuelo, en el que todos salimos pagando.

Mis amigas tiran de mí hacia atrás, mientras los dos se pegan de hostias sin detenerse, llevándose a su paso al resto de gente. Dos hombres de seguridad aparecen de la nada y los consiguen separar. A rastras, literalmente,

los llevan hasta la salida y, una vez allí, vuelven a intentar pegarse. Por suerte consigo ponerme en medio antes de que eso ocurra.

—¡Ya basta! —Miro a Jesús, que tiene los ojos inyectados en sangre—.

jesus, por favor, vámonos a casa. —Nada, no me mira—. ¡Joan! —le vuelvo a llamar.

Asiente sin mucho convencimiento.

—No quiero volver a verte con él, nunca —sentencia y echa a andar sin esperarme.

Me quedo mirando a Dexter, quien hace amago de ir tras él. Enma lo para a tiempo.

—Dexter, yo… —Miro hacia el suelo, me agarra la barbilla y la eleva.

—No te merece, Adriana —dice desesperado—, ¡estás echando tu vida a perder!

—Yo… espero que todo te vaya genial en Australia, ya hablaremos.

Me agarra de los hombros y me zarandea un poco, mi mirada se dirige hacia el suelo. Sé que Joan no tiene los modales que quizás debería, pero… lequiero.

—¡adriana, vamos! ¡No te lo digo más veces! —Oigo que vocifera desde el coche.

Suspiro varias veces antes de girarme.

—Os llamaré… —les digo a las chicas que no han abierto la boca hasta el momento.

—adriana…

—No, Rosi, me voy, ya hablaremos.

—No sé si es mejor que te quedes en mi casa esta noche, está muy alterado… —comenta Enma.

La corto antes de que continúe.

—No me pondrá una mano encima, nunca lo ha hecho pese a su carácter.

Todos me miran sin creérselo, pero es cierto. Joan tiene un carácter de mil demonios, aun así, jamás me ha pegado. Dirijo mis pasos hasta el Porsche

Carrera plateado y me subo. Dexter me mira sin poder creerse que no le haga caso, que no escuche sus palabras; por más que lo intento, el corazón me pide que haga otra cosa.

El camino hasta casa lo hacemos en silencio, pero cuando entro, como de costumbre, paga su cabreo conmigo, de una manera que me gusta, aunque a veces me asusta. Lo veo venir a distancia.

—Ahora que estamos en casa, ¿me vas a explicar qué hacías?

Se pone detrás de mí y de un tirón me baja uno de los tirantes del vestido.

—Bailando.

—¿Y tienes que provocar de esa manera? —pregunta serio.

—Yo no estaba provocando —me defiendo.

Me mantengo quieta en la entrada de casa sin pestañear. Me baja el otro tirante del vestido de la misma forma: sensual, atrevido, y de manera

perturbadora.

—Joan, no tengo ganas de discutir.

Me aparto de él y me voy hacia el dormitorio. Noto cómo me sigue, de un portazo cierra la puerta de la habitación y me mira fríamente. Comienzo a quitarme los pendientes, depositándolos en lo alto de un pequeño tocador de madera antigua que viste la estancia.

—No quiero que vuelvas a salir —sentencia.

—No digas tonterías.

—No son tonterías, te lo estoy diciendo en serio.

—Te he dicho que no quiero discutir.

—Me parece muy bien —contesta con desgana—, no estoy discutiendo.

Voy hacia el armario, ignorándolo por completo, cojo mi pijama, e inmediatamente desaparece de mis manos.

—¿Qué haces? —Me gira, y le miro fijamente.

No me contesta. Se limita a empotrarme en la puerta del armario y a morder mi cuello desesperado, con una brutalidad que me abrasa.

—jesus…, estamos hablando.

—Yo no quiero hablar —reniega junto a mi cuello.

Coloca mis manos a ambos lados de la cómoda que tengo al lado y separa mis piernas con su pie. Oigo la hebilla de su cinturón abrirse y seguidamente noto sus manos elevando mi vestido hasta hacerlo un gurruño en mi cintura.

Separa mi tanga y, sin decir nada más, se introduce en mí bruscamente.

—Te dije que no te pusieras vestidos tan cortos —gruñe.

Comienza su ataque y solo puedo apretar mis manos a la madera y observar cómo poco a poco se me van poniendo los nudillos blanquecinos.

Jadeos ahogados salen de mi garganta una y otra vez y, sin quererlo, recuerdo lo mucho que me costó llegar a este punto con Joan. Siempre buscaba su placer y no el mío, ese fue uno de los motivos por los que hace tres años dejamos la relación. Pero después todo cambió de manera radical, ya no era el mismo hombre que conocí con veinticuatro años.

—No quiero que nadie te mire, que nadie te toque… —susurra en mi oído de forma posesiva, mientras continúa con sus envites.

—Na… nadie lo ha… hecho —tartamudeo.

Nuestros sexos chocan con locura y me pierdo en un abismo de placer al igual que él. Con dos sacudidas más, culmina y se apoya sobre mi espalda.

Oigo cómo respira entrecortadamente y, con un leve movimiento, roza su cara con mi espalda. Me gira, y besa dulcemente mis labios.

—Lo siento, no quiero ser tan brusco, pero…

—Es tu forma de desahogarte, lo sé —termino la frase por él.

—Sí.

Sonrío tímidamente y me abrazo a su cuerpo. Me responde durante un segundo y se separa de mí para coger mi cara con ambas manos.

—Sabes que te adoro, que no puedo vivir sin ti, pero los celos me matan —asegura—, quiero que esto funcione y no deseo perderte de nuevo, adriana.

Lo único que necesitamos es poner de nuestra parte los dos.

—Siempre he estado dispuesta a hacerlo.

—Pues entonces continuemos de esa manera —comenta con dulzura.

Pero sus palabras, sé de sobra que encierran otro significado. Algo que no tarda mucho en llegar.

—adriana… —Mira hacia la derecha, agazapando un poco su rostro entre mi cuello—, no quiero que salgas por las noches si no es conmigo, no lo

soporto.

—Llevaba meses sin salir, ¡no exageres! —Me molesto.

Suspira fuertemente. Cuando digo «meses», no me refiero a dos, ni a tres, sino a ocho.

—Piénsalo de esta manera —me contempla fijamente—, imagina que yo saliera, ¿cómo te sentirías?

—Eso ya lo haces.

—No. Yo salgo con gente de mi trabajo, por negocios, no por gusto.

—Tus amigos son las personas que trabajan contigo, no me vengas con cuentos, Jesús. —Me separo un poco de él.

Sonríe de medio lado, se acerca y besa mis labios. Está intentado que lo acepte sin más. Sé que, por mucho que me resista, no servirá de nada, porque al final terminaré sucumbiendo a lo que me diga.

—Haremos una cosa, cuando salgas, saldré yo contigo. De esa manera no tendremos por qué discutir, ni tendré que ir como un marido capullo a buscarte porque me consuman los celos. ¿Qué te parece?

—Tú nunca quieres salir conmigo. ¡Si no soportas a mis amigos! — reniego.

—Por ti lo haré, de verdad. —Pone ojitos.

Y bajo esos ojos negros y esa mirada hipnotizadora, no puedo hacer otra cosa que asentir como una tonta.

—Venga, ven —extiende su mano—, vamos a la cama, mañana tenemos una fiesta a mediodía.

Ese detalle, que antes pasé por alto, me viene a la mente.

—jesus —le llamo.

—Dime.

—El hermano que viene, ¿es tu hermanastro realmente, no? Creo recordar que eso me dijiste hace tiempo.

—Sí —contesta tajante.

—¿Por qué nunca me hablas de él? No vino ni a tu boda.

—Porque no me llevo bien con él, y si esta fiesta se hace es por mi padre.

Mi madre no quiere tampoco, en realidad, no quiere ni verle.

—Pero ¿por qué?

—Ya está bien de preguntas, vamos a la cama, estoy cansado —me corta tirando de mi mano.

¡Ahg! Mañana conoceré al hermano desaparecido de Joan, del que nadie

quiere hablar y al que nadie soporta. Algo un tanto extraño, que intentaré averiguar cuando por fin le conozca.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo