Haciendo travesuras

Narrador Omnisciente

Anastasia durmió como un bebé, en sueños imaginaba a su esposo acariciándola y amándola como ella tanto deseaba. Veía un prado verde en donde descansaban mientras contemplaban corretear a sus hijos. Parecía una epifanía, pero cuando se despertó, extrañamente se sintió bien con la idea de darle hijos al Duque y que él la considerara al menos un poquito, aunque no la amara.

Se vistió y bajó al comedor. Cuando divisó el imponente cuerpo de su marido sentado en la cabecera de la mesa, se estremeció recordando lo que hizo en la noche pensando en él. Sus mejillas pálidas se sonrojaron más de lo habitual. Su corazón comenzó a latir estrepitosamente y un calor se le instaló en la espina dorsal.

Como pudo se sentó en la mesa con la cabeza gacha, susurrando un «buenos días». Margaret la miró y levantó una ceja, le pareció demasiado extraño el comportamiento de la joven y más aún ver en la mirada de su hijo, oscuridad, como la de una fiera salvaje a punto de lanzarse encima
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