Capítulo ciento veintitrés. El expediente sellado.
— — — — Narra Milicent Aramendi — — — —
Volver a ese hospital fue como cruzar el umbral de una pesadilla que nunca terminé de entender.
La sala de archivos estaba clausurada desde hacía semanas por “renovaciones”. Pero no era cierto. Lo sabía porque uno de los ordenanzas me lo confesó a media voz: “Sellaron un ala entera desde que el jefe de obstetricia fue interrogado… nadie entra sin autorización directa.”
Y yo tenía una.
Brad me la había conseguido. Era una autorización oficial, legal e inapelable. Nadie podría detenerme.
Aun así, el guardia dudó cuando la leyó.
—¿Está segura que quiere entrar sola, señorita Aramendi? —me preguntó con el entrecejo fruncido, parecía que me estaba estudiando. Tal vez no me creía la persona correcta para hacer esto.
—Segura no estoy de nada — le respondí con honestidad, pero muy segura de lo que tenía que hacer —. Pero no vine hasta aquí para tener miedo.
El ala cerrada olía a humedad y a tinta seca.