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Capítulo 1

El olimpo.

Un lugar que a simple vista podrá verse maravilloso. Sus hermosas torres blancas adornadas con los enormes ventanales de cristal, los arcos en las entradas a palacio siendo talladas con figuras que representan a los dioses, además de los jardines con el doble de tamaño de un estadio de futbol americano. Por los cielos apreciabas como esas bestias míticas pasaban en todo su esplendor, algunos de los dioses ejerciendo sus trabajos.

El lugar que todo fan de Good of War quisiera visitar para iniciar su guerra. Como esperan que yo haga.

Mi estadía en este lugar ha sido del todo tensa. Paso las mañanas en la ciudadela en un salón de juicio que normalmente casi no se utiliza, pero ha sido reservado para llevar mi caso y ser enjuiciada por los dioses que no me quieren viva. La tarde es libre para pasear por donde lo desee. Después de todo no sé cómo escapar de este lugar.

—¡Señorita Moon! —El grito proviene del otro lado de la puerta. Mi alcoba es de realeza, también llamada: Cámara, así que nadie puede entrar a menos que el guardia lo autorice, ese que me vigila todo el tiempo— ¡Señorita Moon!

Irritada de los gritos bufe. —¡Dejala pasar!

Abriendo la puerta de manera finamente pulida y adornada en oro, entro una hermosa ninfa de cabellera achocolatada brillante, ojos grises cual nube de tormenta y un cuerpo bendecido por los dioses -no literalmente-, podría ser mi hermana menor si la vez detalladamente, se ve menor a mí. Pero esa pequeña ninfa tiene casi un mileno de edad. Es mayor a mí.

—¡Gracias señorita!

—No agradezcas. Hubieras gritado todo el día.

Soltó una risa. —Usted como siempre tan generosa.

A veces creo que les lavaron el cerebro a todos los habitantes de este lugar. No importa cuán mal trate a la ninfa, ella cree que todo lo que hago lo hago por su bien o porque ella misma hizo mal. Por más mínima o estúpida que sea la situación ella siempre creerá lo anterior. Como lo que acabo de decir.

—Callate —Solté con fastidio—. Tu voz me irrita.

—Como ordene ama.

Incluso se inclinó ante mí, que seguía tirada como toda una perezosa. Esa actitud me hizo sentarme de golpe en la cama con seriedad, la ninfa -de nombre Ocírroe- salto en su lugar y me observo con esos ojos grises, paciente a alguna orden mía, incluso se veía inocente.

—¿Qué hemos hablado Ocírroe? —Exprese mi disgusto en la mirada.

—¿De qué me haba señorita? —Parecía tonta, me da rabia su actitud sumisa—. Usted siempre me habla de lo enojada que esta de estar aquí, además de sus quejidos por no querer levantarse temprano para ir a la ciudadela o cuando hace su berrinche por la comida que siempre son verduras. También sus piropos a los soldados, dice usted que están como los dioses quieren. Y cuando hablo del cuerpo del dios…

—¡No hablo de eso por dios! —Esta niña soltara toda mi caja de pandora en un chispazo—. ¡Te he dicho más de cincuenta veces que no te dejes pisotear por mí ni con nadie!

—Oh… hablaba de eso –Suspire profundo varias veces para no desquitar mi frustración con esta ninfa—. No se preocupe, yo jamás dejare que me trate mal.

Mis dedos apretaron el puente de mi nariz. No quería verle más la cara. —Lo acabo de hacer, Ocírroe.

Incrédula dijo: —¿Qué? ¿Enserio?

—Mejor sal de aquí antes que enserio quiera golpearte.

—Como usted ordene mi señorita. —Se inclinó ante mi señalamiento, luego se fue.

A veces quisiera darle una buena bofetada para que se dé cuenta que las cosas aquí no están bien, mucho menos la actitud que toman los sirvientes. Pero no puedo hacer mucho nada más que decirle la realidad, dependerá de ella si quiere entender o no.

Creo que revelo mi pasatiempo en este lugar. Cuando voy a la ciudadela me distraigo viendo a los soldados griegos que pasean por el edificio. Sus cuerpos son dignos de admiración. No es un delito.

La ciudadela es una fortaleza que se encuentra al pie del palacio de los dioses, mismo lugar donde habitan algunas de las criaturas que sirven a los dioses. La ciudadela se conforma de dos secciones: en la primera se encuentra El Gran Vestíbulo donde hay grandes murales de la Gran Guerra y los Dioses, por supuesto se puede considerar un palacio, solo que más pequeño. La segunda sección contiene demasiadas salas que son utilizadas para castigos o juicios, pero también contiene celdas, estas están bajo la segunda sección.

Lugar al que jamás quisiera ir si puedo evitarlo.

Mis días siempre transcurren así de aburridos. Por las tardes no tengo mucho que hacer. Y las mañanas son casi iguales, paso en esa sala del juicio solo escuchando los pleitos de los dioses, algunos están a favor de mí y otros en contra, por lo que la paso sentada en una esquina viendo el debate. Algo que me estresa. Me confunde y me estresa.

Recuerdo cuando llegue aquí. El soldado que me había tomado como su prisionera me dejo en frente de una puerta tan lujosa. La persona que me traía no era muy platicadora y menos amable. Me arrepentiré cada día de mi existencia de las palabras que dije tras su escolta a mi celda de lujo.

—¿Qué hacemos aquí?

El soldado me lanzo dentro de la habitación, no se veía contento. Dentro de la habitación estaba una chica linda menor que yo, me imagine lo peor al verla ahí y vestida de manera sencilla.

—Tu ninfa personal —Señalo a la chica—. Tu Cámara —Solo le di un vistazo para después verlo a él, no me confiaba de nada ¿Dónde está el calabozo? ¿Y las herramientas de tortura para hacerme hablar?—. Mañana se te buscara para mejores instrucciones.

Giro en sus talones dispuesto a irse. —¡Oye! ¡Aguarda! —Cerro la puerta en mi cara sin voltear a verme— ¡No me puedes dejar así como así! —Bufe—. Maldito soldado. Y tan bueno que esta.

—El amo Ares siempre es cortante —Salte en mi lugar por el susto, no pensé que hablaría, parecía una muñeca sin moverse y con la cabeza gacha—, incluso con sus hermanos, pero no con sus hijos. Mas sus hijas —Me acerque, ella me lanzo una mirada de segundos e hizo una reverencia cuando se dio cuenta que la miraba—. Ocírroe, seré la ninfa que le servirá en su estadía en palacio ama.

—¿Ese era Ares? —Fue lo primero que se me ocurrió decirle, ella asintió—. Esta como dios quiere. —La chica parecía mansa, así que probé mi suerte, a ver si me decía algo de lo que sucedería o sucede conmigo— ¿Me explicas mi situación por favor?

—Por supuesto ama Moon.

—Isabella por favor. Moon era —Recordarla hizo punzar mi corazón—… no importa, habla.

—Mi ama fue traída a la tierra de sus antecesores para ser juzgada como traidora por una profecía que la ve como la líder de una rebelión, contra la primera y segunda generación de los dioses.

—Aguanta —Hay muchas cosas que aun no entiendo—. ¿Seré juzgada como traidora cuando todavía no he proclamado la rebelión y mucho menos tengo un ejército preparado?

—Ama Moon…

—Isabella.

Me ignoro. —Las profecías que han sido dichas por los Oráculos más poderosos, se han cumplido. Usted…

—Escucha. Necesito que me expliques mi papel aquí, hoy, ahora, en este instante.

—Mi ama Moon…

—¡Isabella carajo!

Se asustó por un par de segundos para después hablar con temblores de voz.

—Como mi ama es mestiza se le ignora, a menos que realice un acto heroico y sea merecedora del título Diosa —Como lo imagine, no por nada hay semidioses que ahora son dioses y son aceptados por el resto del clan—; Sin embargo, mi ama fue vista como traidora y será juzgada. Su papel; ser prisionera en el santo palacio del Olimpo en lo que durara su juicio.

—¿Lo cual será? —Camine al sofá en medio de la habitación que se veía cómodo— ¿Cuándo?

—Mañana iniciara la presentación de su caso, el siguiente los cargos y sucesivamente se desarrollara el juicio.

Ocírroe camino tras mía para colocarse de pie frente a mí, la mesa de caoba con patas de oro nos dividida, ella seguía sin verme a la cara. Es demasiada formalidad para mí, pero eso no me interesa ahora, lo único que quiero saber es como termine siendo tratada como traidora de una profecía que no conocía a la perfección. Y MI JUICIO.

—¿Y mi defensa? Tengo derecho a un abogado. —Apretó sus manos en ese vestido sencillo— ¿O no lo tengo?

—Mi ama será defendida por el primer dios que crea en su inocencia mañana —Tense mi mandíbula—. Y si no es así usted será, será…

—¿Seré que?

Dudosa dijo: —Castigada inmediatamente.

Me asuste tanto ese día que jure no hacer enojar a ningún dios en lo que estuviera encerrado. Este lugar no se veía como una prisión, tampoco se sentía como tal, pero era difícil poder salir sin ser vista por más de veinte pares de ojos que solo te escudriñan como asesina.

Hay muchas preguntas en mi cabeza, las principales solo cuestionan la actitud de los dioses contra mí, sé que la mayoría de las profecías se han cumplido y han acabado mal, iniciando por Zeus derrocando a su propio padre, el inicio de la primera generación de dioses después de los titanes. Pero no seré como ellos quieren que sea. Juzgarme por algo que está escrito es una estupidez, tendré que demostrar que jamás me levantaría contra un Olimpo que no quiero.

Mi único deseo ahora es regresar a la tierra y poder estar feliz con mi familia.

—¡Señorita Moon!

Mi ninfa personal entro corriendo como Pedro por su casa. —¿No te dije que te fueras?

—Lo lamento por desobedecer sus órdenes pero —Jadeaba y parecía asustada, su rostro gritaba pánico—… su divinidad la diosa Hestia desea hablar con usted.

Atónita, así me encontraba. Mas cuando una ninfa que aparentaba tener entre 20 y 25 años entro e hizo una reverencia para después decirme: —Mi ama desea verla, señorita Moon.

—¿Hestia? —Asintieron las dos— ¿Ahora? —Volvieron asentir— ¡No puede ser! —Tras mi grito de miedo quede en silencio unos segundo, pero tuve que despedir a la otra ninfa. Con una señal de mi mano mande a la ninfa fuera de mi habitación, esto requería una charla seria con mi personal— ¿Tengo que ir Ocírroe?

—Seria descortés rechazar la invitación de la diosa del fuego y el hogar.

—Nadie aquí aparenta lo que dicen los mitos.

Confirmo con mi situación de ayer. Me encontré con el dios del amor, Eros, hombre con alas doradas, cabello igual y ojos grises que cambian a rojos y rosa por sus deseos libertinos. Resulto ser todo un empedernido con las mujeres como con los hombres. Imagine que su único trabajo era dar amor y fertilidad además de mantener la virilidad masculina.

Todo lo contrario. Ese dios esta corrupto.

—¡Bien! —Después de discutir por unos minutos, mi ninfa gano. Ahora tengo que ir a reunirme con la Diosa Hestia—. Busca algo que ponerme y nos iremos

—A sus órdenes ama Moon.

—Isabella…

—A sus órdenes ama Isabella.

Note la sonrisa de victoria en su cara. —No festejes aun, pueda que solo me llame para meterme en una hoguera.

Hestia es una diosa que he visto nunca desde que llegue. Había escuchado de ella en los juicios que se han llevado a cabo, pero nunca la vi siendo participe de ellos. Al principio pensé que no tenía mucho interés por eso no se presentaba y tal vez se presentaría de sorpresa. Pero luego me entere que ella apenas salía del Olimpo y nunca se inmiscuía en las disputas de los dioses y los hombres, por lo que paradójicamente pocas veces aparece en las peleas para defender en lo que ella cree, a pesar de ser una de las principales diosas.

Después de un cuarto de hora, estaba caminando por los pasillos del Palacio para poder llegar a los jardines del Este.

El palacio es tan grande que puede tener jardines del doble del tamaño de un campo de futbol americano. Cada dios posee un jardín, cámara y sala del trono, pero los que poseen el ultimo son los primeros dioses. Los seis primeros de la generación Olimpíaca, a pesar que Hestia no la pasa en el palacio sino en la Ciudadela haciéndose cargo de los lugareños tiene su propia sala del trono, al menos eso me dijo Ocírroe.

Llegando al jardín del Este, mi ninfa me guio por el camino hasta llegar a un quiosco blanco. En su interior se encontraba una mujer sentada en una mesa bebiendo Vino, hermosamente vestida con una tela blanca y adornada en la cabeza con un velo fino que brillaba como brillantina. Lo que más me sorprendió fue la belleza que irradiaba, una tan madura, incluso su alrededor parecía brillar. Poseía unos ojos dorados con motas rojas, era ver dos llamas flamantes en esas pupilas y los labios carmín en forma de corazón.

—Nunca me habían hecho esperar —Su voz era suave, aunque la madures la expresaba con gracia—. Y tampoco me sentí tan ansiosa por conocer a un traidor.

Me acerque sin modales, saque la silla frente a ella y me senté sin esperar su invitación. Hestia sonrió al ver mi actitud. Alzo una copa de oro y tomo un sorbo.

—¿Traidor? ¿Yo? —Bufe en medio de una risa—. Si, como no.

—Eres quien está siendo juzgada por un crimen que no ha cometido.

—Que no he… ah —Estaba por corregir su frase, resulta que piensa como yo—… ¿Cómo respondo a esa oración?

—No lo hagas.

Dejo la copa y tomo una uva. Analizo mi figura. No venia vestida como ella. Ocírroe me vistió con el vestido celeste más formal que encontró, eran telas finas como vestidos largos de verano pero eran incomodos ya que no te ponías sostén. Mi peinado fue solo una diadema en trenza en la parte trasera de mi cabeza. Nada extravagante, no porque no tuviera el derecho de vestirme mejor, más bien porque no me interesaba mi vestir, como antes. Hubiera venido en pijama pero mi ninfa se adelantó y me vistió lo más cómoda posible con estas ropas.

—¿Me ha llamado por alguna razón?

Tenía curiosidad por la dama del fuego. Una mujer que no se entromete en los juicios de sus hermanos, quien no se presenta a tomar voto o partido en las decisiones, mucho menos en las guerras. La Hestia que tengo en frente no es solo la diosa del hogar, alguien amable y generosa. Ella posee un plan… y desea que yo sea su peón.

—Las formalidades no van contigo. No después de escuchar las palabras que salen de tu boca —Mi sentido para los diálogos aflorados no es lo mío—. Tome la decisión de ser tu defensora en el juicio.

Me sorprendió tanto que enderece mi espalda e incline mi torso a la mesa. —¿Usted? ¿Por qué?

Nunca veras a alguien en este tipo de situaciones que te de una mano amablemente. Siempre habrá una daga esperando en la otra mano. Lista para ser apuñalada cuando el trato sea sellado. Aquí no puedo confiar en nadie. Solo en mi madre, Selene.

No es un secreto que aún no poseo un “abogado” o “defensor”, es cierto que hay dioses que apelan contra mi inocencia pero nadie se atreve a tomarme formalmente como su caso. Los dioses no se quieren arriesgar a que, si pierdo, se les condene conmigo por haber traicionado el Olimpo, o sea, Zeus.

—¿Necesito una razón?

—Normalmente.

—Imagine que tomarías mi generosidad sin vacilar —Elegantemente me sonrió—. Después de todo necesitas alguien que defienda tu juicio, de lo contrario —Tense mis hombros—… tu cabeza estaría rondando por el cemento a más tardar en una semana.

Como lo sospeche. Ella quiere tenerme como un peón más. La amenaza fue clara. “Soy la única que puede ayudarte ahora”.

—¿Qué dices? ¿Aceptas?

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