La bruma de la madrugada envolvía el campamento, ahogando el aire con una mezcla de humedad y tensión. Cada rincón parecía cargado de secretos, cada sombra ocultaba traiciones a punto de revelarse. Zaira caminaba con pasos firmes junto a Sanathiel, pero su mente era un torbellino. La imagen de la medalla lunar y la advertencia de la bruja seguían grabadas en su memoria, como una marca que no podía borrar.
—Necesito tiempo para pensar, —murmuró, soltando la mano de Sanathiel al entrar en el campamento.
Sanathiel la observó mientras se alejaba. La chispa de frialdad en su mirada lo preocupaba, pero sabía que presionarla solo la alejaría más. Girándose hacia Salomón, que lo esperaba a unos pasos, asintió con gravedad.
—Sigue vigilando. Algo no encaja, y no podemos permitir más errores.
Mientras tanto, Ibrahim se encontraba en el corazón del campamento, urdiendo sus próximos movimientos. Su mirada estaba fija en Steven, quien, aunque reticente, parecía dispuesto a colaborar.
—Los lobos es