La oficina del VNAS estaba sumida en un caos contenido. Las luces parpadeaban, los pasillos eran un río de susurros, y las miradas furtivas hablan de conspiraciones invisibles. En medio de todo, Evans sabía que el peligro estaba cerca, pero no esperaba que viniera de alguien tan cercano.
—¿Dónde está Evans? ¡Respóndeme, Eduardo! —exigió Eliana, su compañera, mientras cerraba con fuerza la puerta frente a él.
—No puedo decírtelo. Mantén tu distancia —respondió Eduardo, apartándose de un empujón.
—¿A dónde crees que vas con ese maletín? ¡Es información clasificada! —protestó, intentando arrebatarle.
Eduardo no respondió. El sonido de los pasos rápidos resonaba en el pasillo.
En otra sala, Evans estaba organizando los documentos que podrían exponer el caso de la luna roja cuando escuchó un clic familiar. Se giró lentamente para encontrar a Eliana, con lágrimas en los ojos y un arma apuntándole.
—No debiste investigar el caso. Sabes que hay cosas que deben permanecer enterradas —dijo ella