El sol se filtraba por la ventana, acariciando el rostro cansado de Rasen mientras salía a correr. El aire fresco rozaba sus mejillas, pero no era suficiente para despejar el tumulto de pensamientos que lo atormentaban. Cada paso que daba llevaba el peso de la culpa, de Clear, de Aisha, y de un destino que parecía inevitable.
Al regresar, Elbanius lo esperaba en la entrada, su rostro surcado por líneas de sabiduría y secretos.
—Sígueme, chico de ojos oscuros —ordenó, guiándolo hacia una sala apartada donde colgaban botellas de vidrio en sogas gruesas, como un macabro adorno.
El silencio en la sala era sofocante.
—¿Por qué ocultas que eres telépata? —preguntó Elbanius, su voz resonando con gravedad.
Rasen se quedó inmóvil, su corazón latiendo como un tambor. Había intentado esconderlo, incluso de sí mismo.
—No sé a qué se refiere —respondió con un hilo de voz, sus ojos esquivando al anciano—. Mi única intención es proteger a Aisha... y descubrir la verdad.
Elbanius lo observó, midiendo