Camille
Me encuentro revolviendo mi café sin emoción alguna, tratando de no volver a pensar en lo que sucedió ya hace tantas semanas, pero sin poder evitarlo, mi mente me traiciona. Bajo mi rostro, en un intento por no llorar cuando la voz de Don Xavier hace que mi pulso se acelere.
Nunca pensé encontrarlo aquí, frente a mí, y sonriéndome con esa calidez propia de él. Por instinto, miro por encima de su hombro y cuando me asegura que Leonardo no vino con él, comienzo a relajarme un poco.
Después de una breve charla, llegan las preguntas que más temía y no porque tenga miedo de responderlas, sino porque soy consciente de que el dolor que experimenté ese día me volverá a azotar como un atizador al rojo vivo.
Guardo silencio por algunos segundos, intentando tragar el nudo que se ha formado en mi garganta y, aunque lo intenté de mil formas, las lágrimas me traicionan al derramarse libremente por mis mejillas.
—Leonardo —murmuro con dificultad su nombre—, y yo quedamos de vernos. Bueno, en