Camille Dumont
Me encuentro frente al espejo, arreglándome en un precioso vestido de novia que yo misma diseñé con tanto esmero para este día tan especial y sin dejar de sonreír, me doy una pequeña vuelta sobre mi eje, apreciando cada mínimo detalle en lo que considero es el día más feliz de mi vida o por lo menos es lo que creo, ya que más tarde me daré cuenta de que estaba totalmente equivocada.
Soy una mujer exitosa o así es como la mayoría de las veces me veo. Mi nombre es Camille Dumont, tengo veintiocho años y estoy a punto de casarme con el hombre de mi vida, Iker Soto.
Llego a la iglesia acompañada de mi padre Antoine Dumont; entramos y, mientras caminamos por el pasillo, espero escuchar la marcha nupcial; no obstante, eso no sucede. Busco con la mirada al que será mi futuro esposo, pero no lo encuentro, solo veo a nuestros invitados un poco confundidos, al igual que yo. En cuanto llego al frente, su familia se acerca a mí para preguntarme si sé algo de él, ya que tienen rato tratando de localizarlo sin éxito.
Con una ligera punzada en el corazón, le pido a mi padre que me preste su celular para comunicarme con él. El miedo de que algo malo le haya sucedido me embarga de tal forma que las manos me tiemblan y cuando por fin soy capaz de marcar el número que me sé de memoria, al instante me manda automáticamente al buzón.
No puedo más con esta angustia y estoy a punto de pedirle a mi papá que vayamos a buscarlo a su departamento, cuando una persona llega a la iglesia, se acerca a mí y me entrega una carta, lo cual me da un mal presentimiento, pero me apresuro a abrirla.
En cuanto la abro, me doy cuenta de que es la letra de Iker: “Camille lo lamento tanto, no puedo continuar con esta farsa. Ya no te amo más y creo que si continuaba con esta boda solo nos lastimaría a ambos. Espero que algún día puedas perdonarme, me he enamorado de mi compañera de trabajo, Amaya. Te deseo lo mejor en esta vida y nuevamente perdóname”.
Sin darme cuenta, me dejo caer de rodillas y mis ojos se llenan de lágrimas a tal grado que me impiden hablar cuando mi familia pregunta a qué se debe mi reacción.
—¿Qué es lo que decía esa carta para que termines así, Camille? —cuestiona mi madre.
Por toda respuesta les entrego la carta y escucho a mi padre maldiciendo a Iker.
No sé cómo tomo fuerzas para levantarme y salir corriendo de ahí. Lo único que deseo es que esto sea una pesadilla y que al despertar todo sea un mal sueño. Que Iker se encuentre frente a mí, sosteniendo mi mano para continuar con nuestra boda.
Detrás de mí escucho algunos gritos, pero los ignoro a todos. No tengo ganas de que me abracen, porque sé que si lo hacen, harán que esto sea real y no podré soportarlo.
Al salir de la iglesia, me doy cuenta de que está lloviendo. Cruzo corriendo hacia la avenida, tratando de quitarme este maldito velo que me impide ver con claridad. Cuando estoy en ello, escucho cómo frena un auto, esto me toma por sorpresa, ya que me esquiva por muy poco.
La persona que va manejando se baja y algo me grita, pero al igual que a los demás, lo ignoro. En ese momento tiro mi velo y sigo corriendo hasta encontrar un taxi libre y me dirijo al departamento de Iker. Todo esto debe de ser una broma, no me puede hacer esto. Sin embargo, cuando llego a su departamento y me encuentro con el guardia de seguridad, este me mira con un atisbo de sorpresa y al mismo tiempo de tristeza.
—Lo siento, señorita Camille —se disculpa con pesar—. Ayer por la noche el joven Iker tomó sus maletas y se fue con una mujer.
Y con esas palabras es suficiente para hacer que mi corazón quede destrozado, no puedo más con esto y me echo a llorar.
Tomo otro taxi hacia mi casa donde sé que mi familia me debe de estar esperando. No tengo ganas de enfrentarlos, pero no puedo evitarlos.
Al llegar a casa, ahí están mis padres y mis hermanos, se dirigen corriendo a mí y sin perder tiempo cierran la puerta detrás de mí. Me acurruco en brazos de mi padre; en este momento necesito de su protección para no dejarme llevar a un abismo.
Después de mucho rato, uno de mis hermanos me toma en brazos y me lleva a mi habitación. Ahí se encuentran mi madre Fleur y mi ama de llaves Regina, quienes me preparan la tina para que me dé un baño. Justo cuando están a punto de desabotonar mi vestido, tomo unas tijeras de mi velador y viendo sus caras de terror al creer que estoy por cometer una locura, comienzo a cortar el maldito vestido que se ciñe a mi cuerpo como si fuese una prisión.
Al cabo de unos minutos, yace en el piso destrozado, así como mi alma. Tomo una ducha, después me pongo mi ropa de cama, tomo unas pastillas para dormir y no sé más de mí hasta el siguiente día.