Emilia despertó con un concierto de tambores en su punto más álgido en su cabeza. Resonaba por todas partes, y tan sólo abrir los párpados fue un esfuerzo.
Sin embargo, y despacio, muy despacio, consiguió sentarse en el borde del colchón.
Miró en derredor. ¿Dónde estaba? Esta habitación no le era conocida.
Se llevó la mano a la cabeza, donde dolía como el infierno, e intentó ponerse en pie. Ubicó la salida y se encaminó a ella, pero cada paso era como un estremecimiento a su pobre cerebro.
Se quej