XVII La cena
Amalia dejó una taza de té sobre el escritorio. Negro y con canela, así le gustaba a Mad.

—¿Haces papeleo para la policía?

Casi dos horas llevaba él encerrado en su despacho frente a la computadora.

—Investigo —repuso, sin distraerse.

—¿Algo confidencial?

—Todo lo que hago es confidencial.

—¿Puedo ayudarte en algo?

—En nada de momento.

Pese a aquella respuesta, Amalia permaneció allí. De vez en cuando Mad apartaba la vista de la pantalla y se encontraba con los ojos de la gata fijos en él. Su mirar insondable guardaba el mismo misterio de una laguna oscura.

—¿No tienes nada que limpiar?

—No hay trastes en la cocina, los pisos están relucientes, los cristales de las ventanas brillan. ¿Quieres que me vaya? ¿Acaso te desconcentró?

—Para nada, pero pareces aburrida.

Amalia fue hasta el librero. Tocó con su dedo los lomos mientras leía los títulos. Cogió un libro sobre plantas, algo que creyó que entendería entre tantos de medicina. Definitivamente Mad pensaba en todo. Ana jamás sospec
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