En el comedor en casa de Anahí, Kamus y ella se habían reunido a comer y charlar.
—¿Dormiste bien anoche?
Anahí asintió, con la expresión ojerosa y acabada de una condenada a muerte.
—¿Y tú, Alfonso?
En comparación, él lucía resplandeciente, joven y fresco como lechuga.
—No dormí mucho, estuve algo ocupado. Esta mañana fui con el sastre por mi traje. Estará listo en tres días. Luego pasé a ver las invitaciones y me dieron una muestra. A mí me gustó, pero espero tu aprobación.
Anahí recibió el sobre con delicadeza. Sacó la invitación como si se tratara de un milenario pergamino y temiera que pudiera hacerse polvo entre sus dedos.
—La tipografía es hermosa y el papel tiene una textura exquisita —con las yemas recorrió su nombe y el de Alfonso, impresos en cursiva dorada, que invitaban a su familia y amigos a su boda. Los ojos se le humedecieron.
—Si te gustó, avisaré para que empecemos a repartirlas el jueves. De la música tendrás que encargarte tú, yo no soy bueno para los ritmos f