Úrsula se zafó del agarre de Mad. Ella estaba perfectamente bien, sólo seguía viendo borroso y tenía la frente colorada y adolorida, tal vez también estaba algo asqueada por haber fantaseando con su espalda y otras cosas que no valía la pena mencionar, pero nada más.
—Permiso, yo me voy.
Apenas se levantó y Mad volvió a sentarla.
—No tan deprisa, tal vez tengas una conmoción cerebral.
—¡Ja! ¿Desde cuándo eres médico?
—¿Estás mareada?
¡El mundo le daba vueltas!
—Sí —respondió a regañadientes.
—¿Náuseas?
—Un poco.
—Sigue mi dedo.
—Dedos —corrigió ella, intentando seguir los que se movían frente a sus ojos. Sólo consiguió marearse más.
—Necesitas estarte quieta un momento. Vayamos a beber algo.
Ciertamente el golpe debía haberle afectado porque allá fue ella. Terminaron sentados en un café junto al gimnasio. Pidió un refresco frío y se lo apoyó contra la frente.
Él pidió un té negro, muy cargado y amargo, como su alma oscura.
—¿Siempre vienes a este gimnasio? —se atrevió a preguntarle