Virginia apenas había conciliado el sueño aquella noche. Cada vez que cerraba los ojos, la cifra de la dote brillaba en su mente como una marca ardiente. Treinta mil libras, había dicho Charlotte… y ahora la duda se extendía como una sombra que le impedía descansar. Se levantó antes del amanecer, caminó de un lado a otro en su habitación, intentó leer sin lograr concentrarse y, cuando Amanda entró para ayudarla a vestirse, la halló con el semblante pálido y ojeroso.
— Señorita, no ha comido nada —murmuró Amanda con preocupación, al ver intacto el desayuno sobre la mesilla—. ¿Desea que le prepare algo más ligero?