Cuando una mujer se decidió a odiarte es evidente, inician fingiendo ser tus amigas, te reciben con una alegría desbordante y los brazos abiertos de par en par, un abrazo que simula calidez cuando en realidad es tan frío que el hielo seco se queda corto en comparación a ese apretón de brazos.
Después dos besos, uno en cada mejilla. Quieren llegar a ti, hacerte pensar que estás en confianza para que te des la cara contra su puño tú solito.
Te saca conversación, menciona tus logros.
Y después te patea por culo.
—Supongo que te ayudarás de tu padre y mi hija. ¿Cierto? —Elevo sus dos cejas, ahí va su segundo ataque, una pequeña insinuación de que no soy capaz de lograrlo por mi misma.
—Hasta el momento todo mi trayecto lo he realizado sola, no creo que sea necesaria la ayuda de ninguno de los dos en la recta final. Todo lo que ellos han hecho, ha sido por voluntad propia de sus personas, no porque lo pidiera en su momento.
—Claro, entiendo.
—¿Usted sabe usar armas, señorita Castillo? —El