El tiempo se estiró hasta convertirse en una tortura. Arrodillada en el centro de la plaza, sentí el peso de cientos de miradas sobre mí. Eran los ojos de la gente que me había visto crecer, que había celebrado mi unión con Rheon y que, finalmente, me había dado la espalda. Su desprecio era un viento helado que me calaba hasta los huesos, pero lo usé. Dejé que me encogiera, que me hiciera parecer más pequeña, más rota.
Finalmente, la puerta de la gran casa del Alfa se abrió con un ominoso crujido.
El silencio cayó sobre la multitud como un sudario. Primero apareció Syrah. Se movía con la gracia líquida de una depredadora, su largo cabello negro trenzado con hilos de plata. Sus ojos verdes, tan hermosos como venenosos, recorrieron mi figura arrodillada con una mezcla de sorpresa y profundo placer. Una lenta sonrisa, afilada como un trozo de vidrio, se dibujó en sus labios. Saboreaba mi humillación.
Detrás de ella, emergió Rheon.
Era tan imponente como lo recordaba. Alto, de hombros anc