Exploté fuera del claro de Ashen no como una loba, sino como un proyectil lanzado por la pura fuerza de la agonía. No había pensamiento, ni estrategia, ni dirección. Solo una necesidad primordial y visceral de moverme, de correr, de dejar atrás el hedor a sangre y el símbolo profano que se había quemado en mi retina. El bosque se convirtió en un borrón de verdes y marrones, un túnel de árboles que se deformaba a mi alrededor mientras mis pies castigaban la tierra.
"¡Encuéntrala!", rugía Nera en mi mente, su voz ya no era un susurro sino un alarido demente. "¡Huélela! ¡Cázala! ¡Arráncale el corazón! ¡Nuestros cachorros!".
Su furia era mi combustible. Salté sobre troncos caídos, me abrí paso a través de zarzas que rasgaron mi piel, ignorando el ardor de los cortes. Cada arañazo, cada golpe, era un dolor bienvenido que me distraía del abismo que se había abierto en mi interior. Corrí hasta que mis pulmones fueron dos brasas ardientes en mi pecho, hasta que mis músculos gritaron por un de