El grito de dolor de Ashen fue un cuchillo de hielo en mi columna. No fue un gruñido de batalla, no fue un rugido de desafío. Fue un sonido gutural, ahogado, el sonido inconfundible de un hombre que ha recibido una herida profunda y traicionera. El sonido de un león al que le han clavado una lanza.
Mi corazón se detuvo. Todo el plan, todo el riesgo, todo mi mundo se contrajo a ese único sonido. Estaba en la oscuridad helada del sótano, el aire me quemaba los pulmones y olía a escarcha y a las hierbas secas. Había docenas de cajas de madera, apiladas hasta el techo. Demasiadas. Nunca podría llevarme ni una fracción. Pero en ese momento, las cajas no importaban. La misión no importaba. Solo importaba el hombre que estaba sangrando por mí.
—¡ASHEEN! —grité, mi voz sonó extraña, delgada y muerta en el espacio confinado.
La respuesta fue otro estallido de violencia desde el patio, el sonido de un cuerpo chocando contra la madera, un gruñido furioso de Ashen y los gritos de múltiples hombre