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Renaciendo de nuevo por quinta vez

Actualidad del siglo 20, casi cinco siglos después...

La lluvia caía con furia sobre los campos de la provincia de Gyeryong, un lugar donde el tiempo parecía haber olvidado avanzar. Las casas se alzaban humildes entre las colinas cubiertas de niebla, y el sonido del viento arrastraba los gritos de una mujer en trabajo de parto.

—¡Aguanta, Yeonhwa! —suplicó un hombre joven, arrodillado a los pies de su esposa. Sus manos temblaban mientras sostenía a la mujer, cuyos ojos, llenos de dolor y amor, se clavaban en los suyos por última vez.

El bebé lloró fuerte y claro, como si la vida gritara en desafío a la muerte. Pero la madre... no tuvo la fuerza para sobrevivir. Con su último aliento, murmuró un nombre que el viento se llevó.

—Hyeon...quiero que se llame Hyeon.

El hombre, destrozado, sostuvo a su hijo en brazos. Lo miré. No era un bebé normal. Lo veía directamente.

Sus ojos, aunque recién nacido, estaban entreabiertos, y dentro de ellos brillaba un tono rojo oscuro que parecía arder bajo la tormenta.

—Este niño… no es de este mundo —susurró, retrocediendo con miedo, temblando hasta los huesos.

Con el corazón desgarrado, pero incapaz de criar a un niño que parecía cargar una maldición, el hombre caminó bajo la lluvia hasta los muros del Instituto Haneul, el internado elitista entre las montañas, donde se decía que vivían los hijos de la élite, pero también que allí ocurrían cosas que los forasteros jamás entenderían.

Dejó al bebé envuelto en una manta vieja frente al portón. Tocó la campana y huyó sin mirar atrás.

Esa noche, Seo Juhuan, el joven rector del instituto y alfa, fue quien respondió al llamado. No había nadie en el portón, solo un bulto pequeño que lloraba bajo la lluvia.

Juhuan, un alfa recesivo e infértil, jamás pensó que el destino le pondría en brazos a un niño. Y sin embargo, cuando lo tomó y lo miró a los ojos… algo dentro de él se quebró.

—Tú… no eres como los demás —dijo en voz baja—. Pero no importa. Desde hoy, serás mi hijo. La nota cayó al suelo y él la levantó.

"Por favor cuide de él, su madre quería que se llamara Hyeon"

***

Los años pasaron.

Hyeon creció más rápido que cualquier otro niño. A los cuatro años ya hablaba como uno de ocho, y su mirada se volvía más intensa con cada estación. Nadie sabe su origen. Solo que el rector lo criaba con amor, aunque muchas noches lo encontraba temblando por pesadillas que lo hacían llorar. Por lo menos ya no tenía los ojos rojos como cuando nació. Al cumplir el año se veía como un niño normal.

Vivía en la casa del rector, una construcción tradicional de madera y piedra dentro del mismo recinto del instituto. Allí también estudiaba otro niño… un omega llamado Ren, un niño, que vivía parcialmente allí porque sus padres viajaban mucho y nadie de su familia lo quería por que era probable que se manifestará como Omega. En una familia de solo alfas ser Omega era un problema.

A los cinco años conoció a Jeong Ren, un omega un poco menor que él, hijo único de una pareja de empresarios exitosos. Ren era diferente a él en todos los sentidos: hablador, obstinado, expresivo… y amado.

—No me toques —le decía Ren cuando jugaban—. Tu piel está muy fría.

—Pero siempre estás conmigo, deberías de acostumbrarte—respondió Hyeon con una sonrisa.

—Porque... si no estoy, tú lloras y siempre me buscas.

Desde pequeños, compartían la misma casa, los mismos silencios, y los mismos secretos no dichos.

Nadie en ese instituto sabía que bajo su piel… latía el alma dormida de un antiguo demonio, maldito a renacer una y otra vez cada mil años hasta reencontrarse con el omega que una vez amó y perdió. Todo para volver a morir.

—Me voy a casa —decía Ren al terminar el semestre escolar, mientras empacaba con una sonrisa—. Mis padres me llevan a la playa esta vez.

Hyeon solo asentía, sin saber qué se sentía tener un hogar más allá del instituto.

Pero con los años, todo cambió. El Instituto Haneul creció en prestigio, recibió fondos y se convirtió en un internado exclusivo. Los padres de Ren, demasiado ocupados, decidieron que era más fácil dejarlo vivir allí por un tiempo completo hasta cumplir su mayoría de edad.

—Iremos por él cuando sea mayor de edad—dijeron, sin consultar al niño.

Y desde entonces, Ren y Hyeon comenzaron a compartir no solo las aulas, sino la vida diaria año tras año. Aunque tenían cuartos separados, vivían en la misma casa del rector, como si fueran hermanos. Otros alumnos también vivían allí.

Pero lo que sentían Ren y Hyeon… tampoco era fraternal.

Aún eran niños. Pero ya había algo extraño en la forma en que Hyeon lo miraba. Y en cómo Ren, a pesar de molestarse, nunca podía alejarse del todo.

Lo que ninguno sabía era que sus destinos ya estaban sellados.

Y cuando Hyeon cumpliera los 18, todo cambiaría.

Una mañana, el timbre de entrada sonó como una campana de juicio.

—¡¡Mierda, m****a!! —gruñó Ren mientras corría por el sendero que conectaba los dormitorios con el edificio principal del instituto. El uniforme estaba a medio poner, la chaqueta abierta, los zapatos mal abrochados y la mochila colgando de un solo hombro.

No había dormido nada. Otra vez el mismo sueño. Otra vez ese cuerpo desnudo frente al suyo, esa mirada roja incandescente y una voz sin rostro que susurraba su nombre mientras lo alzaba del cuello y...

—T-tomaba mi sangre...—murmuró, con un estremecimiento.

Ren sacudió la cabeza, espantando el recuerdo. Lo peor era que él también estaba desnudo en el sueño. Podía sentir el calor, el peso del cuerpo ajeno, el ardor del mordisco, la humillación... y algo más, algo que no podía nombrar sin enrojecer. Le hacía el amor. Lo que lo incómodo es que en el sueño no podía ver su rostro.

—¡¿Ren?! —una voz familiar lo sacó de su caos mental.

—¡¿Hyeon?! —Ren apenas giró la vista antes de chocar de frente con su amigo, cayendo ambos al suelo.

—Auch... —Hyeon se quejó, alzando una ceja—. ¿Estás bien o estás huyendo de algún exorcismo?

—¡Tonto! ¡Me haces llegar más tarde! —Ren se levantó de un salto, sacudiéndose el pantalón del uniforme.

—No fue mi culpa, ¿vale? Iba leyendo mientras caminaba, así que...

—¿Leyendo? ¿Otra vez?

-Si. Estaba repasando fórmulas de física cuántica y mutaciones genéticas de alfas raros. Nada importante. —Hyeon sonriendo con ese aire despreocupado tan suyo.

— ¿Y te parece poco? Te vas a volver loco.

—Eso explicaría muchas cosas... —Hyeon rió bajo.

Ambos corrieron al aula. El edificio de clases era amplio, con ventanas altas y columnas blancas cubiertas de enredaderas verdes. Entraron justo cuando el profesor Kwon Taemin alzaba la mirada sobre sus lentes.

—Qué sorpresa —dijo el maestro, sin detener la lectura—. Señor Jeong, señor Kwon, ¿algo que desean compartir con la clase además de su dramática entrada?

—N-no señor... —Ren bajó la cabeza.

—Me perdí leyendo otra vez —confesó Hyeon, sin una gota de remordimiento.

—Como siempre. Siéntense.

Ambos se deslizaron a sus asientos. Ren se sentó delante de Hyeon, como siempre lo hacían desde pequeños. Cuando estaban así, Ren sintió una extraña tranquilidad. Aunque a veces... también se ponía nervioso sin saber por qué.

Durante el recreo, se sentaron en la parte trasera del jardín interior, cerca de los árboles frutales. Ren estaba inquieto. Hyeon comía una manzana verde como si nada le afectara.

—Tengo que contarte algo —dijo Ren al fin, con la voz baja.

—¿Mataste a alguien? ¿robaste otras golosinas?

-¡No! ¡Estoy hablando en serio! —Ren lo fulminó con la mirada.

—Vale, vale. Dispara.

Ren se acercó un poco más y murmuró:

—Tuve el mismo sueño otra vez...

Hyeon levantó una ceja.

— ¿Otra vez ese sueño raro?

—No es raro, es... vívido. Real. Estoy... desnudo. Y hay alguien más. También está desnudo. Me sostiene por el cuello, me levanta como si no pesara nada, y... me muerde.

—¿Qué?

-Si. ¡Me muero el cuello! Siente la sangre salir. Pero no me duelo. ¡Lo peor es que no duele! Solo...quema. Me deja sin aire, pero... pero también siento otra cosa...

—Ren... —Hyeon comenzó a reír—. ¿En serio sigues viendo esas películas de vampiros trágicos antes de dormir y películas pornoø?

—¡No estoy viendo películas! ¡Y no es una novela! ¡Es real!

— ¿Tú sabes lo que estás diciendo? "Un tipo desnudo me levanta por el cuello y me chupa la sangre"... Eso suena como la trama de una novela barata de misterio y sexo.

—¡¿Tienes que decirlo así?! —Ren estaba rojo como un tomate—. ¡No es gracioso, Hyeon!

—Lo es un poco. Mucho, en realidad. —Hyeon sonriendo de lado—. ¿Y qué te gustó?

—¡¿QUÉ?! ¡NO! ¡O bueno... no lo sé!

—Jajaja, estás más loco que yo. ¿Estás seguro de que no eres tú el que está poseído?

Ren se cruzó de brazos, frustrado.

—Solo pensé que podía confiarte esto...

Hyeon se detuvo un segundo. Su sonrisa cayó un poco. Lo miré más en serio.

—Oye, Ren. Está bien. Perdón. Si te hace sentir así, lo tomaré en serio. Pero... ¿crees que ese tipo... el del sueño... eres tú?

—...No lo sé. Se parece a mi.

Hyeon lo observó fijamente por un segundo más.

—Ya casi cumplimos 18. Quizás solo sea tu cuerpo... cambiando. Aún no sabes tú segundo género.

Ren lo miró con sorpresa.

—¿Y si ese tipo del sueño existe?

—Entonces espero que no se cruce conmigo. Porque si alguien te muere, lo muerdo yo primero.

—¡Tonto! —Ren le tiró una hoja al rostro, pero sonriendo.

Y en algún rincón oculto del corazón de Hyeon... una imagen fugaz cruzó su mente. Sangre. Fuego. Una luna roja. Y una voz.

Una voz que decía: “Nos volveremos a encontrar, mi pequeña razón de licor de arroz”.

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