Renací para amarte por segunda vez
Renací para amarte por segunda vez
Por: Mckasse
Dolorosa Reencarnación

Prólogo

Dicen que el alma no olvida. Que incluso cuando la carne cambia y los siglos pasan, los sentimientos quedan cosidos a nuestras venas como una cicatriz invisible.

Pero yo sí olvidé.

Lo hice una y otra vez.

Y cada vez que lo recordé… ya era demasiado tarde.

Me llamo Hyeon en esta vida, y he vivido más vidas de las que puedo contar. En cada una de ellas, renací sin memoria, buscando algo que no sabía que había perdido… hasta que el destino me lo arrojaba al rostro con violencia.

Ren.

Mi Ren.

Él era humano. Frágil. Un omega dulce, de voz tranquila y mirada clara. Y sin embargo, el único que fue capaz de doblar mi mundo sin levantar la voz. Yo era un alfa vampiro, nacido para gobernar, para destruir. Pero me rendi ante su sonrisa. Lo amé. Lo elegí.

Y por eso nos maldijeron.

Thiago, un primer amor que resultó ser un monstruo envuelto en belleza y en sombras, me deseó con la misma intensidad con la que me odiaba después cuando me llamaba William. Cuando supo que mi lealtad era hacia su amigo humano, lo vi quebrarse desde adentro. No grité. No lloró. Solo lo hizo tiempo después cuando tuvo la oportunidad.

Clavó ese maldito puñal en el pecho de Ren, delante de mí, con la serenidad de quien sirve justicia.

Y cuando lo vi caer, cuando mi alma se arrancó con su último aliento, ya era tarde para salvarlo.

Thiago nos miró a ambos… y sonriendo.

—Si no puedes ser mío mi querido William —susurró—, entonces que el amor sea tu castigo eterno. Los maldigos.

Luego se enterró el mismo punal en el corazón. No murió. No realmente. Selló con sangre y odio una maldición que nos arrastra hasta hoy:

Renaceríamos una y otra vez.

Sin recuerdos.

Sin advertencias.

Y cada vez que volviéramos a encontrarnos, cuando el alma nos obligará a recordar quiénes fuimos... la muerte vendría con nosotros. Siempre.

El siempre muere y el final es siempre el mismo.

Dolor.

Muerte.

Y el olvido.

Esta vida... esta vez, todo parecía distinto. Hasta que lo vi. Hasta que escuché su voz en un pasillo de la escuela lleno de gente. Y aunque no lo recordaba, mi cuerpo sí lo hizo. Mi pecho dolió. Mi alma gritó. Y con el tiempo supe, sin saber por qué, que había vuelto a encontrar.

Y también ignoraba que el tiempo estaba corriendo otra vez.

¿Podré salvarlo esta vez? ¿Podré salvarnos a ambos?

O simplemente… ¿volveré a recordar justo cuando lo pierda de nuevo?

Soy Hyeon, en mi primera vida fui William. Soy un vampiro condenado por amor.

Y esta es la última vez que pienso dejarlo morir.

***

Corea, Joseon 1000 años atrás...

La puerta aún estaba entreabierta cuando entré a la mansión. El olor era inconfundible: deseo, sudor, traición. Apreté los puños. No necesitaba ver para saber lo que había dentro.

Pero lo vi.

— ¿Otra vez, Thiago? —mi voz fue seca como una hoja quebrándose.

El omega se alzó de la cama entre sábanas arrugadas. Su piel blanca brillaba como porcelana bajo la luz tenue. El otro vampiro, un joven intrascendente, se cubrio de prisa.

—William… —Thiago sonriendo sin vergüenza desnudo—. Qué gusto que llegaste. ¿Te unes?

Mi mandíbula se tensó. Me acerqué lento, como un depredador que no quiere morder, pero que tampoco perdonará esta vez.

—Eres desagradable —escupí—. Qué asco da llegar a casa y encontrarte usando la cama donde dormíamos... para follarte a otro.

—Aún crees que somos exclusivos? —rió, bajando las piernas al suelo—. Eres un alfa dominante, mi William, pero no eres mi dueño. Soy un vampiro Omega...necesito amor y sangre.

—Y tú no vales ni la sangre que robas —le lancé una mirada de desprecio—. Estamos terminados. No vuelvas a buscarme. Te puedes quedar con todo.

Me di la vuelta. No miré atrás. Pero escuché cómo se reía, una risa rota y cruel, como si supiera que no sería la última vez. O como si estuviera seguro que me tiene en la palma de su mano.

Meses después, el aire del festival olía a faroles de aceite y dulces de arroz. En el año 1394 Joseon resplandecía esa noche. La gente reía, las linternas flotaban por el río, y por un instante, incluso los inmortales pudieron fingir ser humanos.

Caminaba entre la multitud, solo, cuando alguien tropezó conmigo.

-¡Oh! Lo siento tanto… —dijo una voz suave.

Lo miré. Cabello oscuro largo hasta la cintura y despeinado, rostro delicado, ojos grandes con una tristeza que no sabía que yo estaba buscando.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Sí… solo… estaba distraída mirando los faroles.

—¿Te gustan?

—Mucho. Son deseos con luz. Aunque dudo que el mío se cumpla.

—¿Y cuál es tu deseo?

—…Dejar de sentirme tan vacío y solo.

Mi corazón, que llevaba siglos latiendo por inercia, se estremeció. Aquel chico humano tenía un aura distinta. Familiar. Dolorosa. Como si mis colmillos ya hubieran acariciado su piel en otra vida. Mire su cuello y tenía algunas mordidas de vampiro, posiblemente ya tenía dueño.

—Soy William —le dije, tendiéndole la mano.

—Ren —susurró él.

Y cuando nuestras manos se tocaron, por un segundo, sentí como si lo amara de toda la vida.

Ren y yo caminamos bajo la lluvia de faroles que flotaban sobre nuestras cabezas como luciérnagas encantadas. Cada uno llevaba un hilo rojo atado a la muñeca, regalo de una anciana que decía que si el hilo no se rompía antes de la medianoche, el destino uniría nuestros corazones para siempre.

Él reía con timidez. Yo sonreía con el pecho lleno de una sensación que creía extinta. Supe al instante que le gusta.

Nos detuvimos en un pequeño puesto de madera donde un anciano vendía licor de arroz en cuencos de cerámica azul. Ren lo miró curioso y el viejo, entre bromas, nos ofreció una muestra. Lo probamos. Ardía con suavidad, como el calor de una mano en el pecho durante el invierno.

—Está más dulce de lo que imaginaba… —susurró Ren, pasándose la lengua por los labios con una expresión inocente.

Yo no podía dejar de mirarlo.

— ¿Nunca habías probado licor?

—No… Mi familia no me deja beber, y aunque quisiera no tenemos mucho dinero.

—Yo te lo compro, no están aquí, ¿cierto?

—¿De verdad?

Caminamos entre la gente como si fuéramos los únicos.

—Entonces… brindemos por los deseos incumplidos —dije, levantando el cuenco cuando lo compre al anciano.

Ren alzó el suyo, sus dedos rozaron los míos, y el leve contacto pareció eléctrico.

—Y por las almas que se encuentran… y las que van y vienen.

Bebimos. Y el silencio que siguió no fue incómodo. Fue una pausa sagrada.

Caminamos río abajo, hasta que llegamos a una colina desde donde se veía toda la ciudad iluminada. El momento se volvió etéreo: en el cielo estallaron los primeros fuegos artificiales, coloreando la noche en tonos de oro, rojo y azul.

Ren se quedó mirando el espectáculo con los ojos brillantes. Yo lo miraba a él.

—¿Por qué me miras así? —preguntó, bajando la vista con timidez.

—Porque te he esperado más de lo que comprendo —respondí en voz baja.

Él giró su rostro hacia mí, sorprendido. Y entonces, bajo el estruendo del cielo que ardía, con los faroles reflejados en el río y el licor aún caliente en nuestros labios, me acerqué.

—Puedo irme si quieres… —susurré, midiendo cada latido de su corazón con mis sentidos afilados. Podía sentir su sangre correr en sus venas.

—No… quiero que te acerques más. Me encanta el color de tus ojos—murmuró, apenas audible, tembloroso pero firme.

Y lo hice.

Me acerqué tanto que nuestros labios se encontraron despacio, como si fueran delicadas piezas de un rompecabezas antiguo que al fin encajaban. Su boca sabía a arroz dulce ya preguntas sin responder. Fue un roce suave, como una caricia. Luego, nos volvimos a mirar, y él escuchó tímidamente, ruborizado. Lo besé de nuevo, más profundo, más real. Solté la jarra para sostenerla mejor.

Sus dedos se aferraron a mi kimono oscuro mientras nuestras bocas se reconocían. Su saliva sabía a miel. Mi corazón palpitaba por primera vez en tanto tiempo.

No fue un beso torpe ni apresurado. Fue una declaración silenciosa de todo lo que no sabíamos que sucedería después. Sentí cómo su corazón se aceleraba, y por un segundo, el mío también parecía latir de nuevo.

Cuando nos separamos, el aliento compartido aún flotaba entre nosotros, cálido.

—¿Qué fue eso…? —preguntó con voz temblorosa.

—Un beso. Aunque no sé aún porqué —le respondí, acariciando su mejilla con la yema de mis dedos—¿es tu primer beso?

-Si...

Y por primera vez en siglos, sentí que el tiempo no era un enemigo, sino una oportunidad.

Pero en algún lugar de la ciudad, entre las sombras del festival, alguien nos miraba a la distancia.

Alguien con ojos grises y colmillos dormidos.

Alguien que me conoció, alguien que se convirtió en mi enemigo sin darme cuenta...

Me enteré luego que Ren era amigo de Thiago.

Que cada noche, Thiago lo hipnotizaba para alimentarse de su sangre sin que él lo supiera cuando no atrapaba en su cama a algún alfa ya sea vampiro o humano.

Supe que Ren creía que los sueños donde sentía mordidas eran pesadillas.

Y que el destino ya estaba escrito con tinta roja sobre nuestros nombres.

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