Era viernes al final de la tarde. Clara guardaba sus planos cuando Mateo apareció junto a su escritorio con las manos en los bolsillos y una sonrisa tranquila.
—Sobrevivimos a la semana —dijo—. Creo que merecemos una recompensa. ¿Qué te parece una caminata y un helado?
Clara lo miró sorprendida. No era una cita formal, pero había algo en su propuesta que le hizo latir el corazón con fuerza. Dudó unos segundos, y luego asintió.
—Helado suena perfecto.
Salieron juntos del edificio, y Clara notó cómo el aire fresco de la tarde le despejaba la mente. La ciudad se llenaba de luces de neón y del murmullo de la gente que salía a disfrutar del viernes. Los autos pasaban con calma, los vendedores callejeros ofrecían sus productos, y había música suave que se escapaba de algún café cercano.
Caminaron lado a lado hasta llegar a una heladería pequeña. Clara eligió un helado de fresa, con un toque ácido y refrescante. Mateo, con una seriedad fingida, pidió uno de chocolate. Al verla probar el