Mi audaz declaración quedó suspendida en el aire denso de la cabaña de Aneira, tan pesada y peligrosa como una hoja de hacha a punto de caer. Entrar en el despacho del Alfa. Acceder a sus archivos privados. La idea, una vez verbalizada, pareció cobrar vida propia, una criatura de sombras y riesgo que nos observaba desde el centro de la habitación. Y entonces sentí la opresión del peligro que representaba, pero no podía echarme para atrás.
Dorian fue el primero en reaccionar, su rostro se convirtió en una máscara de incredulidad y pánico.
— ¡Imposible, Naira! ¡Es un suicidio! — siseó en un susurro ronco, como si temiera que los propios muros pudieran tener oídos —. El despacho del Alfa no es una cabaña cualquiera. Es el corazón de la fortaleza, la zona más vigilada de todo el territorio. Hay guardias de élite apostados en cada pasillo, día y noche. Las ventanas dan a una caída de diez metros sobre un patio de piedra. La puerta principal tiene una cerradura de acero forjado en las mon