Frente a las provocaciones constantes de Mela, yo no me enojé; al contrario, cedí una y otra vez.
Al fin y al cabo, era una reunión de compañeros de prepa y no quería arruinar el ambiente.
Pero antes de que pudiera dar unos pasos, los guardaespaldas de Mela me sujetaron con fuerza.
Ella, arrogante, se acercó a mí y me abofeteó con violencia.
—¿De verdad crees que eres alguien? ¿Piensas que puedes irte cuando quieras?
—En la preparatoria te encantaba acusar a los demás, ¿verdad? Pues hoy quiero ver quién en este círculo se atreve a defenderte.
La miré fríamente y hablé con voz grave:
—Mela, te lo advierto por última vez. Desde la prepa ya traías esa maña de armar tu grupito, haciendo de las porristas tu harén personal, juntándote con unas cuantas lamebotas para joder a las demás. A la que no te seguía el juego la dejabas fuera como si no existiera. Pero ya no estamos en la escuela, ahora eres adulta. Piensa bien lo que haces, porque las consecuencias te van a alcanzar.
Ella soltó una risita, como si hubiera escuchado el chiste más grande del mundo, y dejó que su mirada recorriera a los presentes.
—¿Lo oyeron? ¡Ella dice que debo pensar en las consecuencias! Jajajajaja.
—Si hoy decido matarte, ¿qué podrías hacerme?
—Soy la futura señora de la Familia Reno. ¡Acabar contigo es tan fácil como aplastar a una hormiga!
Levanté lentamente la cabeza, conteniendo con dificultad la rabia en mi pecho.
—Mela, siempre habrá alguien más fuerte, alguien más grande… y hay personas con las que no te conviene meterte. Te aconsejo que me sueltes cuanto antes, porque la que se va a arrepentir serás tú, no yo.
Los compañeros comenzaron a murmurar.
—Vaya, una mujer sin respaldo alguno, ¿y se atreve a hablar con tanta arrogancia?
—Aunque trabaje en Nueva York, sin dinero ni poder sigue siendo una pobretona, igual que un perro callejero.
El jefe de clase, desesperado, me susurró con voz baja:
—Reconoce tu error, no te enfrentes a ella. La Familia Reno es despiadada. Aunque fueras alguien con más estatus, si ofendes a Mela acabarías de rodillas pidiendo perdón.
Recorrí con la mirada aquellos rostros que alguna vez me resultaron familiares, y una chispa de burla brilló en mis ojos.
¿Esto era lo que llamaban “amistad de compañeros”?
Solo quería irme antes porque tenía asuntos más importantes, y aun así me humillaban una y otra vez.
Que digan que soy pobre, que conduzco un carro nacional, me daba igual.
¡Pero que alguien se atreviera a ponerme una mano encima!
Al verme callada, Mela creyó que me había acobardado. Sacó un fajo de billetes de su bolso.
—Nicole, aquí tienes cien mil dólares. Si lames la suela de mis tacones, el dinero será tuyo.
—De lo contrario… —alargó la voz, con una mirada burlona— considéralo tu indemnización médica.
Mi mirada se volvió más afilada.
—Mela, parece que realmente estás buscando tu muerte. ¿Sabes a quién estás reteniendo?
Pero en vez de asustarse, ella se volvió aún más arrogante.
—¿Tú? ¿Y qué identidad puedes tener?
Levantó el mentón y señaló hacia la entrada:
—Ese Bugatti es mío. ¡Cualquier pedazo de su pintura vale más que todo tu carro!
Escucharla me provocó una risa amarga.
Con solo la matrícula de mi viejo Ford, cualquier familia mafiosa del mundo se inclinaría con respeto.
Lo único que podía pensar era que la ignorancia de Mela no era lo peor… lo peor era que ni siquiera sabía que ya había firmado su propia sentencia.