¿Qué hacía revisando los exámenes de mis reclutas a las cuatro de la madrugada? Pues era otro día más y otra pesadilla sobre mi hermano y mis amigos me había despertado todo sudado y con lágrimas en los ojos.
Todavía recuerdo la mirada de Daniel y de mi jefe el comandante Rodriguez, dos grandes hombres que perdieron la vida, junto a mi amigo Travis y otros tres compañeros más ese fatídico día. Por eso, después de que esa niña me hizo su mohín porque la reprendí por llegar tarde es que reviso sus respuestas con mayor acuciosidad.
Su examen era distinto del de los otros, lo había planificado específicamente, para saber si sus dos escoltas le copiaban y desde ahí salía la fuga de las respuestas, pero revisé primero los de ellos y, aunque no fueron perfectos, pasaron la prueba.
Por lo tanto, el problema estaba en que del grupo general, solo ellos tres se salvaban y el resto era un verdadero desastre.
Qué decir de la prueba de Ana.
«Y yo que pensé que por ser la hermana de mi amigo tendría la veta artística de su padre como él, cuan equivocado estaba.»
Termino de revisar el último examen y me queda más que claro que la niña mimada de los Scott será la mejor de su generación, me sirvo otra taza de café y miro por la ventana de mi habitación. La noche está estrellada y los primeros fríos han hecho que nevara y recordándome de como si diciembre me trajera esos fatídicos recuerdos que me amenazan cada noche.
«Pronto será doce de diciembre y te extraño cada día más hermano»
Una lucecita que parece de un celular me saca de mis pensamientos y achino los ojos para poder ver mejor.
—¿Pero qué diablos hace a esta hora y con tanto frio en el medio de la nieve?
Abro la ventana y la escucho reír divertida, mientras danza en el medio de los copos de nieve que cubren su gorro y su cabello ensortijado.
—¡Estás loco, Cam! — le dice a la pantalla y es ahí cuando veo que está en una video llamada.
No escucho lo que le dice su interlocutor, pero debe ser algo gracioso porque ella ríe feliz. Se ve tan linda y tierna, creo que trae un pijama de el Grinch puesto, pues en su cabeza se ven esos tres motes que asemejan al quién que odia la navidad, pero en ella se ve precioso.
Desvío la mirada y me devuelvo a mi escritorio.
«No debes ver donde no te incumbe, ella es solo una recluta más que se irá terminando su instrucción.» me dice mi conciencia y le hago caso, hoy sería un día extraño.
Ya son las seis treinta de la mañana y estaba entrando en el comedor de la Academia, para tomar mi desayuno. Luisa, la señora de la cocina me entregaba mi bandeja con esa sonrisa amable de todos los días, pero frunció el ceño al ver mi cara.
—¿Tus padres? —pregunta como todo lo sabedora que es de mi vida personal y bueno, porque algunas veces me sacaba información cuando me preparaba esos ricos sándwiches de medianoche.
—Mmm.
—¿Quieres hablar?
—No por el momento, pero gracias, Lu.
—Ya sabes que siempre estaré para escucharte.
En eso, escucho que el grupo de los reclutas viene entusiasmado, entre risas y una amena conversación, pero como había sucedido desde hace un tiempo, la voz de una de ellas me atraía como imán.
—Les dije que era pan comido— se para detrás de mí en la fila, sin notarme y sigue con su discurso— Es cuestión de física, Somerson, solo saber equilibrar el cuerpo y te funciona, ya conoces que Martín es un idiota y el Capitán Henderson le cubre las espaldas, capaz y hasta sean pareja.
Rojo de la furia, me doy vuelta para poner en su lugar a esa chiquilla insidiosa que piensa, ¿qué m****a? ¿piensa que soy gay?
—Además, eso da lo mismo, en gusto, colores como dice mi papá y yo no soy quién para discutir los gustos de Martin, el tipo está para rechuparse los dedos.
Sus compañeros, me están viendo con sus ojos abiertos hasta casi salirse de sus cuencas y ella sigue por unos minutos, hasta que algo la detiene.
—¿No me digan que está detrás de mí? — Somerson asiente, como si fuera uno de esos perritos que se usan en los autos y ella se voltea a verme, lo peor es que toda la furia que bullía en mi interior se va calmando al ver esos dos pozos olivos que ahora se ven más negros que nunca y esa sonrisa de yo no he hecho absolutamente nada que me enerva.
—¡Cicarelli! — la miro molesto, estoy furioso, pero en mi cabecita bulle la discusión que había tenido con mi padre en la mañana...
—Benedict.
—Hola, padre ¿Cómo van las cosas? ¿Mamá?
—Todo bien, pero sabes que no te llamo para eso, es momento que dejes tus tonterías y vuelvas a casa a cumplir con tu deber y dejar de jugar a salvar vidas.
—Padre —suspiro frustrado—, ya hemos hablado de eso, tú sabes que la empresa no es lo mío y Jacqueline lo ha hecho bastante bien.
—Pero no es mi hija, debes entender que necesitamos que hagas lo que te corresponde como único heredero de la empresa familiar.
—Una que le quitó la vida a mi hermano— mascullo entre dientes queriendo cortar esta llamada.
—¡No digas esas estupideces!, Daniel…
—Y tú no repitas su nombre, no tienes ningún derecho. Ya te dije que no iré y punto.
—Pues lo siento, en estos momentos te necesitamos, estamos en conversaciones con la empresa de los Rothschild y quiero que hagas algo por nosotros.
—¿Una asesoría? Sabes que no me dedico al mundo de las armas, padre. Si quieres, puedo hablar con Martín, él es experto.
—No es para eso, hijo—Ya veo que lo que quiere pedir debe ser demasiado importante, me dijo hijo y eso solo pasa cuando necesita algo de mí.
—Entonces ¿Para qué me necesitas?
—Su hija conoce tu trayectoria en la fuerza y te sigue en cada paso que das, por eso nos gustaría…
—¿Me vas a vender como lo hiciste con mi hermano?
—Él tuvo suerte, Jacky.
—Él estuvo siempre enamorado de ella, padre, por eso no fue un problema. Además, yo ya tengo pareja y no voy a cambiarla por una mujer que ni siquiera conozco—suelto todo de una vez, después me las arreglaré con esa tremenda mentira.
—Pues, no estás casado, puedes terminarlo cuando se te dé la gana.
—Eso no es así de fácil, padre, yo amo a mi novia y no pienso cambiar mi amor por un contrato millonario como pretendes.
—¿Sabes algo, Benedict? No te creo absolutamente nada lo de esa noviecita, pero te daré una chance, si ella es de nuestro agrado lo dejaré pasar, si no lo es, terminas con ella y te casas con la hija de los Rothschild.
—No voy a jugar a tu jueguito, padre. No soy Daniel oara que decidas qué hacer con mi vida.
—Si no lo haces, destituiré a Jacqueline de su puesto y la echaré de patitas a la calle sin un centavo y sin la custodia del pequeño Daniel.
—¡No serías capaz! — grité furioso, es que no podía creer a lo que estaba dispuesto este hombre que se hace llamar mi padre para que hagamos lo que se viene en gana.
—Pues, pruébame, Benedict y lo verás. Tienes hasta el domingo para llegar a casa con tu noviecita y tratar de convencerme.
Sin más me cortó y la sensación de dolor en el pecho se había transformado en amargura...
¿Pero qué estaba pensando? de verdad me estaba volviendo loco o era una epifanía la que estaba frente a mí cuando se me ocurre esta genial idea al ver que su sonrisa va cambiando a una cara avergonzada.
En ese mismo instante, en mi cabeza se empezó a formar un plan, uno arriesgado, pero que estaba claro, ella aceptaría ayudarme, algo se me ocurriría para convencerla o morir en el intento.