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Me saca de mis casillas

¿Pero qué diablos estaba pasando aquí? Estaba viendo tranquilamente las peleas entre este grupo de reclutas y hasta el momento, ninguno había logrado si quiera entender el objetivo de lo que quería.

¿Se los dije? Por supuesto que no, la idea era que lo averiguaran por ellos mismos y al parecer hubo una vencedora, no la que yo quería, pues de nuevo era esa chiquilla la que estaba desafiando mi paciencia de maneras inexplicables.

Después de responderme cada vez que pudo en el gran salón y tener la ultima palabra hasta el hartazgo ahora la tenía en una pelea cuerpo a cuerpo con Ana, ¿Quién era Ana? Bueno, Ana Shaw era la hija del comisionado de policía y la hermana menor de mi amigo, Travis, al cual le debía estar vivo en estos momentos, el tema es que había entrado a la academia porque su lindo papá se lo había ordenado a mi comandante. Nepotismo en esencia pura. La verdad es que odiaba este tipo de favoritismo, pero existía y, a veces, solo a veces funcionaba, como lo fue conmigo. Ahora con el caso de la recluta Shaw agarrando del moño a Cicarelli las cosas podrían salirse de nuestro control y ¿Qué hago yo? Bueno, quedarme mirando como imbécil la forma grácil y sutil como la recluta Cicarelli se mueve para evadir una y otra vez los ataques de Shaw.

¿Será que ella entendió el concepto de mi idea?

¿Será que estoy equivocado con lo que pienso de ella?

Nada era en cierta forma cierto o falso, era solo el primer día de entrenamiento. Ya vendrían muchos más y estoy seguro de que no cambiaría mi opinión respecto de ambas chicas.

Al final, el equipo de Cicarelli ganó y eso que Martín y Gina hicieron una división bastante desigual, pero nada. Lo que merecían era su premio y en la noche, fueron servidos como los putos amos y señores de esta academia.

Veo como el grupo que formaron entre Cicarelli y los otros comienza a afianzarse y me doy cuenta de algo, la chiquilla tiene pasta de líder.

Tres meses después…

—¡Daniel!

Otra vez despertaba todo sudado y con dolor de cabeza por esa maldita pesadilla que me ha perseguido durante todos estos años. Limpio mi sudor con la camiseta que tengo puesta y voy a darme una ducha.

La lluvia artificial cae sobre mi cuerpo y hoy tengo dos pensamientos en mi cabeza, mi hermano Daniel que está a nada de cumplir otro año más de fallecido y por otro lado ¿Cómo hago que la señorita tengo la ultima palabra se desista de ser policía?

¿Por qué quiero que pase eso? Simple, esta niña es una verdadera molestia para mí.

Esperaba que con esta prueba cayera no solo ella, sino que varios de los incordios que tenia por reclutas este año, pero sobre todo ella.

Ni siquiera pasé a desayunar y me fui directamente al auditorio, donde ya se encontraba Davis organizando los cuestionarios.

—¿Todo listo, Martín?

—Listo y dispuesto, señor.

—¿Dejaste en la ubicación que te pedí los exámenes?

—Absolutamente como usted me lo pidió señor.

—Entonces sabremos quién es el que copia aquí.

—Puedo dar mi vida a que la recluta Cicarelli no lo hace, señor.

—Es una simple recluta, Davis, aun le falta para poder ser lo suficientemente buena y estar lista.

—Pero señor, la chica es buena en combate cuerpo a cuerpo, manejo de armas, qué decir de la capacidad que tiene para interrogar y lograr descubrir sus tretas las veces que la ha dejado a cargo de los juegos de rol. No sé que le pasa con ella señor, pero creo que de los años que llevo en este trabajo, esa chica es la mejor recluta que ha pasado por esta academia.

—Estás exagerando, Davis. Te repito, algo de esa chica no me gustan más bien me molesta y casi me llega a exasperar.

—Es que hasta a usted lo ha dejado en vergüenza —masculla entre dientes, pensando en que no lo escuché, pero lo había hecho.

Desde que la vi, ese primer día que ingresó a la Academia, me llamó la atención, era una chica demasiado inteligente para querer ser policía. Esa noche, en la tranquilidad de mi habitación, tomé su expediente, me senté en mi cama con una buena taza de café y comencé a leerlo.

Hannah Cicarelli Sinclair, hija de médicos, Bruno Cicarelli y Hannah Sinclair, dieciocho años, la mejor alumna de su generación, hasta ahí lo más normal del mundo, pero me quedo con la boca abierta al ver que esa chiquilla es parte del escudo reforzado de una de las grandes familias de Nueva York, los Scott.

Según los antecedentes, su padrinos eran Ethan y Valentina Scott, otro par de médicos, pero no cualquiera, Ethan era el director del Hospital General de Nueva York y Valentina, la jefe del departamento de cirugía.

Por esas cosas de la vida (y porque soy un tanto obsesivo) busco en las redes sociales del hospital, no quiero que me descubran, por eso voy al perfil más público que se me ocurre y ahí los veo, a los padres y tíos de la chiquilla, junto a un grupo considerable de personas.

“Nuestra hermosa familia”

Reza el post y entre medio de todo ese grupo la veo a ella, este posteo debe de haber sido hace algunas semanas, pues se le ve igual, aunque un tanto desordenada por la ropa que usa. Sigo viendo las fotos y me detengo en una donde está ella y tres chicos más, a su lado una chica de cabello rojo como el fuego y arriba dos chicos uno pelinegro de ojos azules y otro castaño de ojos verdes y muy parecido a la chica que abraza a Cicarelli, pero lo que me llama la atención es como el chico de ojos verdes sostiene sus hombros y la mira absorto y que ahora sé que es uno de los hermanos Scott.

¿Sería su novio?

Apago mi celular, un tanto ofuscado y me duermo o intento hacerlo.

—No es momento de desviarte de tus obligaciones, Ben…

Volviendo al presente, en estos meses había visto su evolución en la academia y cómo ella se esmeraba por ser la mejor, aunque no le costaba mucho. Era como decía Davis, ella era por lejos la mejor de ese grupo y, aunque lo odiara, me había equivocado con ella, pero eso no obstaba, como para que igual como lo ha hecho ahora, me sacara de mis casillas y quisiera que se fuera, es que podría ser cualquier otra cosa.

¿Qué hacía intentando ser policía?

Esa chiquilla realmente me sacaba de mis casillas, ¿no había prueba o actividad que ella no hiciera bien? Pues parecía que no, cada vez que la colocábamos a prueba o más bien al límite nos dejaba a todos boquiabiertos, como decía Conrad, era una estrella en ascenso y lo más probable es que los precintos se la disputaran como hienas, pero como yo era un hijo de la reverenda puta (mamá, perdón) no podía creer que aquella muchachita fuera una estrella aunque lo estuviera viendo con mis propios ojos.

Y heme aquí, haciendo una prueba sorpresa para mis queridos reclutas, con la única intención de ver por una parte, qué hacía la chiquilla esa y por otra, por fin dar con los que han copiado todo este trimestre en las pruebas.

Es que demasiada brillantez era ilógica en este tan variado grupo de personas, lo podría pasar con Somerson y hasta con Jacobs pues son como dos lapas de la chiquilla mimada de los Scott, pero de varios ahí, no y estaba seguro de que alguien de adentro los ayudaba.

Veo como entran mis presas al matadero, perdón los reclutas al auditorio y se sientan en sus asientos, más de alguno ya se está preguntado que contiene ese sobre que está frente a sus narices, pero dejo que llegue la última para comenzar nuestro “examen sorpresa”.

—Lo siento, perdón… perdón, es que estaba en una llamada internacional y se me fue el tiempo—entra la susodicha y yo la miro molesto.

«Debe ser su noviecito, el niñito Scott que está en España»

Como dije, la había investigado y sabía de ese noviecito que tenía, lo cual no me molesta, es su vida, pero estaba retrasando mi prueba.

—Este no es horario para ese tipo llamadas, recluta.

—Señor, solo me retrasé dos minutos.

—El tiempo suficiente para morir por una bala, un apuñalamiento o tal vez por una bomba.

—Pero, señor...

—¡Pero nada! Diez minutos descontados para todos—grito molesto y por primera vez vi odio en esos ojos olivo que me llamaban tanto la atención—. Ahora, será mejor que se siente recluta Cicarelli.

Como verán frente a ustedes hay un sobre, dentro de él se encuentra un pequeño examen sorpresa, tienen exactamente cincuenta minutos para resolverlo pues ya saben que por el retraso de su compañera les he descontado diez—varios comienzan a reclamar y yo me dedico a disfrutar del armonioso sonido de los lamentos—. Si siguen reclamando son diez minutos menos ¿Alguien quiere decir algo?

Juro que ella lo iba a decir, pero Somerson al parecer es un poco más inteligente de lo que esperaba y le niega con la mirada. Todos mascullan un “No señor” y comienza la carnicería.

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