Lucas, el Alfa más poderoso de la Manada Piedra Negra.
Los rumores decían que era frío e implacable, como un témpano con todo el mundo. Ninguna mujer había logrado ganarse su afecto.
Su manada y la nuestra, la Manada Sombra Lunar, habían sido enemigas por generaciones. Y, sin embargo… él también había sido mi primer amor. Aquel que intenté olvidar con todas mis fuerzas.
Años atrás, estuve a punto de convertirme en su pareja. Lo amaba de verdad, más que a nadie, más que a cualquier cosa. Pero fuimos separados. Y ahora, él estaba aquí, justo antes de mi ceremonia de apareamiento.
Reclinaba su cuerpo contra un roble antiguo, irradiando una intensidad que calaba hasta los huesos. Con solo una palabra o una mirada, podía destrozarme.
Una risa ahogada escapó de la garganta de Ángel.
—¿Camila, amor? ¿En serio lo eliges a él? No ha tocado a ninguna loba en años… desde que su primera pareja lo abandonó —repuso Ángel, con un dejo de desprecio en la voz.
¿Abandonado? ¿Eso era lo que todos creían?
El corazón me dolía en silencio, pero no aparté los ojos de Lucas. Ese rostro, tan severo y al mismo tiempo lleno de tristeza, había habitado mis sueños durante siete largos años; desde el momento en que nuestro vínculo de pareja… fue roto.
Esa noche, impulsada por la traición de Ángel y por el exceso de hidromiel, por fin me atreví a sostenerle la mirada. Mis garras se clavaban en mis propias palmas. No sabía qué haría él. Tal vez, para el Lucas que tenía frente a mí, yo no era más que una extraña que lo había herido una vez. Y por eso sería más cruel aún. O quizás había venido solamente para presenciar mi humillación. Tal vez pensaba usar la vergüenza que me imponía Ángel para aplastarme él mismo.
Lucas levantó la cabeza, inclinó su pie y, con la punta de su bota de cuero, me levantó el mentón, obligándome a alzar el rostro.
Su aroma seguía siendo salvaje, y me inundaba los sentidos hasta hacerme temblar. Su mandíbula se tensó. Su mirada era más fría que un río congelado.
—¿Estás segura, loba? —preguntó con voz baja, cargada de furia contenida.
Me incliné más hacia la presión de su bota. Sentía miedo… y algo mucho más primitivo agitándose en mi interior.
—Estoy segura, Alfa.
Se irguió, y su aura de dominio se intensificó. El aire pareció solidificarse entre nosotros, como si todos los presentes temieran una explosión inminente.
Los rumores contaban que una vez había arrojado a un omega adulador a un río embravecido solo por interponerse en su camino. Incluso Ángel se alarmó. Soltó a Sofía y se apresuró hacia nosotros con los brazos extendidos.
—¡Lucas, hermano! ¡Ella es mi pareja designada! ¡No la lastimes! Ella no conoce tu temperamento, tus… preferencias. ¡Camila, levántate! Te lo dije: a él ya no le interesan las hembras. Y tú no deseas a nadie más que a mí. Deja de actuar. Vuelve a tu tienda con tus asistentes.
Tal vez fue esa frase —«mi pareja designada»— la que rompió el último hilo de contención de Lucas.
Gruñó y empujó a Ángel con fuerza, haciéndolo retroceder. Los ojos de Lucas ahora ardían como fuego, fijos en su enemigo.
—¿Quién dijo que no me interesa esta loba?
Antes de que pudiera reaccionar, sentí que el mundo se me daba vuelta. Estaba en el aire. Lucas me había cargado sobre su hombro como si fuera un trofeo.
Su voz, profunda y resonante junto a mi oído, cargaba con años de resentimiento y pura posesión.
—Camila Sombra Lunar. Esta vez, fuiste tú quien vino a mí.
Mientras avanzábamos hacia el borde del claro, todos los lobos permanecían congelados por el asombro. Entonces, Ángel por fin logró articular palabra:
—¡Lucas Piedra Negra! ¿Qué significa esto?
Lucas —la marca grabada en mi alma— se detuvo junto a la línea de árboles y giró la cabeza. Su voz no mostró piedad cuando respondió:
—Exactamente lo que parece, Pino Plateado.
—¡No puedes hablar en serio! —exclamó Ángel con voz ronca, incrédula—. ¡Ella es mi Diosa Lunar! ¡Mi compañera!
«Su compañera». Incluso ahora, esas palabras desgarraban mi corazón.
Lucas le lanzó una mirada de desprecio. Luego volvió su mirada hacia mí, llena de un deseo feroz y depredador. Me sostuvo con más fuerza, con un gesto posesivo, y se internó en el bosque oscuro.
Ángel se abalanzó hacia él, sujetando su brazo.
—¡Lucas! ¡Crecimos juntos! ¡Compartimos los mismos terrenos de caza!
Su mirada me buscaba, mientras yo aún colgaba sobre el hombro de Lucas.
—Un Alfa no toma a la compañera de otro. ¡Conoces la ley antigua! ¡No puedes romper las reglas!
Lucas ni siquiera se detuvo. Solo flexionó el cuerpo, soltándose de su agarre, y le propinó un golpe en el pecho que lo hizo tambalearse hacia atrás, cayendo en los brazos de una Sofía desconcertada que lo seguía de cerca.
Ángel terminó en un abrazo incómodo con ella. Ya no había intimidad, solo vergüenza.
El susurro de Lucas cortó el bosque como el viento invernal.
—Entonces deberías saberlo mejor, Pino Plateado. La luna está en lo alto. Disfruta tu... libertad.