En la víspera de nuestra ceremonia de apareamiento, Ángel, mi Alfa, había bebido demasiado y propuso tener una última noche de libertad.
Sus manos no se quedaban quietas, vagaban sin pudor por el cuerpo de Sofía. Parecía que quería abandonar la fogata en ese mismo instante para estar a solas con ella.
Y eso, justo la noche antes de nuestra ceremonia de unión. La noche antes de que yo, Camila, me convirtiera en su Luna.
La fogata crepitaba. Los alfas de la Manada Pino Plateado, los betas de la Manada Sombra Lunar y mis asistentes lunares estaban mezclados, compartiendo risas, brindis y tensión. El aroma de carne asada y de hidromiel flotaba en el aire, apenas disimulando el trasfondo de deseo contenido.
Ángel y Sofía, su amiga de la infancia, estaban absurdamente cerca. Su aroma dulce y empalagoso se mezclaba con el de él.
—¿Ves, Sofía? —balbuceó Ángel—. Aunque nos conocemos desde niños, el destino tenía otros planes.
Sus ojos se desviaron hacia mí antes de suspirar con fuerza y volver a mirarla.
—Mañana me uno a Camila —susurró, lo suficientemente fuerte como para que yo lo escuchara—. ¿No quieres luchar por algo para ti, mi pequeña luciérnaga?
Los ojos normalmente brillantes de Sofía ahora estaban empañados por lágrimas no derramadas. Su cuerpo se encogió como si una ola de tristeza amarga la envolviera.
—¿Luchar por qué? —murmuró ella—. Tu corazón ya la ha elegido. ¿Qué esperanza me queda?
Ángel la miraba con una ternura dolorosa, como si ella fuera la única en su mundo. Una actuación montada solo para herirme.
—Quizás —dijo, con un tono arrastrado mientras me miraba de frente—, esta noche puedas tener todo de mí.
Sofía contuvo la respiración.
—¿Cómo, Ángel?
Él me miró fijamente y sentí que el corazón se me hundía.
—¡Camila! —me llamó, con la autoridad de una orden alfa, haciendo que me estremeciera involuntariamente—. Mañana uniremos nuestras manadas. Juro por la Diosa Lunar que seré tu Alfa fiel hasta mi último aliento. —Sus palabras destilaban burla—. Pero, esta noche, Camila, nuestra última noche antes de la ceremonia… juguemos un juego. Una noche de libertad absoluta… para los dos.
Un murmullo recorrió al grupo, seguido por aullidos emocionados.
Me mantuve en silencio, con el rostro imperturbable.
La manada se calló, percibiendo la tormenta que se avecinaba.
La intención de Ángel flotaba en el aire. Quería tener una última aventura salvaje con su antigua amante antes de quedar atado por un matrimonio político. Un último aullido rebelde antes de que le pusieran el collar.
Él daba por hecho que yo aceptaría. Porque mi Manada Sombra Lunar necesitaba desesperadamente esta alianza y no podía darme el lujo de rechazarlo. Creía que estaba cautivada por su poder de Alfa, deseosa de convertirme en su única Luna, incapaz de desafiar sus demandas más indignantes.
Lo curioso era que no estaba del todo equivocado. Las manadas pequeñas a menudo buscaban protección de alfas poderosos, y yo ya había sentido esa presión antes.
Pero no con él. No así. No como objeto de humillación pública.
Las asistentes lunares a mi lado notaron el cambio en el aire. Sus aromas se agudizaron y una de ellas me tocó suavemente el brazo.
—Camila, no lo hagas. Esto es una locura.
Sostuve la mirada de Ángel y vi con claridad su deseo de que nadie lo cuestionara. Quería usar esa noche para establecer que, desde ese momento, podía dominarme por completo.
Recordé el día en que me anunciaron como su pareja destinada. Ángel estaba rodeado de miembros de la manada, con una sonrisa radiante y segura, lanzando ocasionales aullidos de Alfa que hacían vibrar al público, mientras Sofía se deslizaba entre la multitud con gracia ligera, su risa clara y brillante. La química entre ellos formaba una barrera invisible que me excluía.
—Hermana Camila —se me acercó con una copa de hidromiel en la mano, y su perfume demasiado dulce me hizo fruncir el ceño—. Acabas de llegar a nuestro territorio de Pino Plateado, puede que aún no estés acostumbrada a nuestra vitalidad. Aquí, las hembras somos más... apasionadas y desinhibidas.
Remarcó deliberadamente las palabras «apasionadas y desinhibidas» mientras su mirada recorría mi ropa más conservadora de la Manada Sombra Lunar.
—La energía de la Manada Pino Plateado es sin duda impresionante —dije, tratando de mantener la calma.
—¿Sí? —inquirió, bebiendo un sorbo—. Pues, hermana Camila, la vitalidad no basta. Como futura Luna, deberás entender las preferencias de nuestro Alfa. A él le gustan las mujeres decididas, valientes, que luchan a su lado. No las florecitas que se esconden entre las sombras.
Cualquier mujer, incluso la más ingenua, sentiría la conexión profunda entre ellos. Entonces yo creía que sus sentimientos por Ángel eran unilaterales. Después de todo, él había aceptado unirse conmigo. Pensé que no compartiría la hostilidad que otros me mostraban.
Pero, cuando se repartieron los despojos de la cacería, quedó claro mi exclusión. Según la tradición, la parte más preciada de la presa —la cabeza, símbolo de la Diosa Lunar— debía entregárseme a mí.
Sin embargo, con el silencio cómplice de Ángel, Sofía ya se la había dado a una de sus subordinadas, alegando que «había resultado herida en patrulla y necesitaba nutrirse».
Cuando intenté protestar, Ángel frunció el ceño, y, con voz impaciente, soltó:
—Camila, Sofía lo hace por el bien de todos. Como futura Luna, deberías demostrar generosidad. No hagas un escándalo por cosas tan triviales frente a la manada.
Sus palabras fueron como una bofetada invisible, que me dejó sin habla.
Dos días atrás, había ido a su guarida para discutir los preparativos de la ceremonia y lo había encontrado besando a Sofía con pasión. Cuando ella, celosa, mencionó mi nombre, él respondió con desprecio:
—¿Camila? Si no fuera por su linaje relativamente puro, jamás sería digna de unirse a mí. Tú, Sofía, eres la única que verdaderamente merece ser Luna de Pino Plateado en mi corazón.