El silencio en la oficina era absoluto, salvo por el suave zumbido de la computadora portátil sobre la mesa de centro. Elena, sentada en el sofá con las piernas cruzadas, respiraba con dificultad mientras el video avanzaba frente a sus ojos.
La imagen era clara. La conversación entre su madre y Camila, mientras movían el sofá. Las palabras frías. Las decisiones premeditadas. Las mentiras. Todo lo que Alexander había dicho… era cierto.
Su garganta ardía. Cada segundo de ese video era como una daga clavándose en su pecho. Su padre vendiéndola en el pasado. Su madre aceptando. Una unión arreglada para conseguir poder, sin importar el amor, sin importar ella.
Y Alexander... Alexander no había mentido.
Pero el dolor no desaparecía. Solo había cambiado de forma.
Ya no era furia.
Era decepción.
Era vacío.
Elena se abrazó a sí misma, temblando. Las lágrimas caían silenciosas, sin drama, como si ya no tuvieran fuerza.
Sus recuerdos se distorsionaban. ¿Cuántas veces había creído que sus padres