Anthony Lennox, uno de los abogados penalistas más prestigiosos de Boston, es conocido por su mente fría, calculadora y su inquebrantable sentido de justicia. Sin embargo, debajo de su impecable fachada, es un hombre marcado por una herida del pasado que nunca ha sanado: la ruptura con María Elena Duque, la única mujer que logró tocar su corazón. María Elena, ahora una de las mejores abogadas de familia en Nueva York, construyó su carrera sobre la justicia y la lucha por los más vulnerables. Pero su éxito profesional no ha sido suficiente para llenar el vacío que dejó la pérdida de Anthony, y un secreto que lleva guardado por años la consume día tras día. El destino los obliga a enfrentarse una vez más cuando un testigo aparece para revelar la verdad sobre el caso que los separó. Viejas heridas se reabren, y el control que ambos creían tener sobre sus vidas se empieza a tambalear. Lo que ninguno de los dos sabe es que el pasado siempre vuelve, además aquel secreto oculto que ella guarda cambiará sus vidas para siempre. Atrapados entre la justicia, la culpa y un amor que nunca desapareció, Anthony y María Elena deberán decidir si es posible recuperar lo que perdieron o si el dolor del pasado los condenará para siempre. ¿Podrán dejar atrás sus diferencias y sanar lo que una vez se rompió? O, cuando la verdad finalmente salga a la luz, ¿será demasiado tarde para ellos? Registro 16/10/2024 2410XXXXXXX47 Se prohíbe la reproducción total o parcial, copia, distribución, adaptación, o cualquier forma de explotación de este material, ya sea en formato físico o digital, sin la autorización expresa y por escrito del autor. Cualquier uso no autorizado constituye una violación a las leyes de derechos de autor y será penalizado conforme a la ley.
Leer másLa puerta del apartamento se cerró de golpe, y el sonido resonó en la sala silenciosa. María Elena Duque estaba de pie, con el rostro endurecido por la rabia que no podía contener. Su cabello castaño claro, largo y ondulado, caía desordenado sobre su rostro. Sus ojos azules, normalmente calmados, ahora brillaban con incredulidad y furia. Alta y esbelta, irradiaba una energía contenida, lista para explotar.
Cuando Anthony entró, sus miradas se encontraron. Los ojos dulces de María Elena, que él tanto conocía, ahora lo miraban con una mezcla de ira y decepción que jamás había visto en ella.
—No puedo creerlo —espetó ella, su voz se quebraba por la rabia contenida—. ¿Cómo puedes defender a un asesino?
Anthony detuvo el paso, su porte elegante y confiado comenzaba a tambalear bajo la presión. Alto, musculoso, con su cabello oscuro y ondulado enmarcando su rostro de facciones finas, intentó mantener el control. Sus ojos azules, que siempre transmitían serenidad, ahora reflejaban la tensión de la confrontación inevitable.
—Porque no lo es —respondió Anthony con frialdad—. Lo conozco, sé que es inocente.
María Elena soltó una risa amarga y dio un paso hacia él, sus ojos chispeando de furia.
—¿Inocente? —repitió, su voz cargada de sarcasmo—. ¡Estamos hablando de una mujer que fue brutalmente asesinada, Anthony! Todo apunta a él. Estaba en el lugar del crimen, las pruebas son claras. ¿Y tú lo defiendes?
Anthony apretó los puños, intentando no perder el control.
—Lo que pasó es una tragedia, no lo niego —respondió, su tono más suave—. Pero eso no significa que mi cliente sea el culpable. Hay demasiadas inconsistencias en las pruebas. No podemos condenar a un hombre solo por estar en el lugar equivocado. No hay evidencia sólida que lo incrimine directamente, y lo sabes.
—¡Evidencias! —gritó María Elena—. ¡Dios mío, Anthony! ¿De verdad necesitas más pruebas para ver la verdad? ¡Todo apunta a él! Los testigos lo vieron salir de la escena. ¡Los videos de las cámaras del hotel! ¡El fiscal lo ha señalado como la única persona que estuvo con la victima! ¿Qué más necesitas?
Anthony respiró hondo, sabiendo que esta discusión se estaba tornando amarga.
—Entiendo tu deseo de justicia para la víctima, pero necesitamos más que eso para condenar a alguien —dijo, intentando ser razonable—. Los testigos son poco confiables, hay lagunas en sus testimonios. No puedo permitir que un hombre inocente pague por algo que no hizo solo por la presión mediática.
—¿Testigos poco confiables? —replicó ella con amargura—. ¡Esos testigos lo vieron, Anthony! No puedes simplemente ignorarlos. La mujer que fue asesinada merece justicia, y tú la estás negando.
—El proceso debe ser justo, incluso para él —expuso Anthony con firmeza—. ¿Qué pasaría si condenamos a un inocente? ¿De verdad puedes vivir con esa posibilidad?
—¡Inocente! —María Elena lo miró como si no lo reconociera—. ¡Ese hombre la mató, y tú lo sabes! La evidencia no es perfecta, pero nadie se inventaría algo así. Tú mismo has visto lo que los culpables son capaces de hacer. ¡Esa mujer merece justicia! ¡Era una escort que se ganaba la vida de ese modo! ¡Tenía un hijo pequeño!
Anthony sintió cómo la distancia entre ellos se hacía cada vez más profunda.
—No estoy defendiendo a un asesino —dijo Anthony con frialdad—. Estoy defendiendo a un hombre que tiene derecho a un juicio justo. No hay pruebas sólidas. No podemos condenarlo solo porque las emociones estén en juego, y tú lo sabes.
—¿Emociones? —gritó María Elena, al borde de las lágrimas—. ¿De verdad crees que esto se trata de emociones? ¡Es justicia, Anthony! No puedo estar con alguien que defiende a un hombre como él. Para mí, eso no es justicia.
El silencio cayó entre ellos, denso y doloroso. Anthony la miró, sabiendo que cualquier palabra solo empeoraría las cosas. María Elena, con lágrimas retenidas en sus ojos, lo miró por última vez antes de susurrar, llena de amargura:
—No sé quién eres, Anthony. Ya no te reconozco.
Esa noche, la relación que habían construido durante años se desmoronó. Ambos sabían que no había vuelta atrás.
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Esta es una obra de ficción. Los personajes, nombres, lugares, eventos y situaciones descritas en este libro son producto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con personas reales, vivas o fallecidas, o con hechos reales es pura coincidencia. Cualquier semejanza con eventos o personas es completamente involuntaria.
Anthony, que acababa de colgar el teléfono, se arrodilló frente a su hijo y le revolvió el cabello con una sonrisa.—Sí, campeón. Los abuelos están en camino para quedarse contigo mientras vamos al hospital.Micky asintió con una seriedad que le daba ese aire único de pequeño genio. Luego se acercó a su mamá, observando su vientre con detenimiento. Con una ternura que desarmó a María Elena, colocó suavemente las manos sobre su barriga.—Hermanitos, escuchen bien —dijo, con su voz clara y pausada—. Van a conocer a los mejores papás del mundo, y yo voy a ser el mejor hermano mayor. Pero tienen que ser fuertes y portarse bien para que mamá esté tranquila, ¿de acuerdo?María Elena sintió que las lágrimas llenaban sus ojos mientras Anthony, a su lado, se quedaba sin palabras, conmovido por el gesto de su hijo.—Gracias, mi amor —murmuró María Elena, acariciándole el cabello—. Sé que vas a ser el mejor hermano mayor que podrían tener.Micky se inclinó hacia el vientre, como si realmente pud
El aroma del café recién hecho llenaba la cocina mientras Anthony Lennox revisaba atentamente una lista en su teléfono. A un lado, María Elena, sentada en el mullido sillón junto a la ventana, descansaba con las piernas estiradas y una taza de té en la mano. Su rostro reflejaba una mezcla de paz y cansancio, los signos inconfundibles de los últimos meses de embarazo.Anthony levantó la vista, observándola con una sonrisa que nunca podía disimular cuando se trataba de ella. El ligero movimiento de sus dedos sobre su vientre redondeado lo llenó de una ternura infinita. Esta vez, no estaba dispuesto a perderse ni un segundo.—¿Cómo te sientes, amor? —preguntó mientras se acercaba con una rodaja de pan untada con mantequilla de almendras, uno de los antojos más recientes de María Elena.Ella levantó la mirada con una mezcla de agradecimiento y humor.—Creo que tu hija decidió practicar ballet toda la noche —respondió, dejando escapar una risa suave mientras acariciaba su vientre—. Y tu hi
La sonrisa de Dafne desapareció en un instante, reemplazada por una expresión que mezclaba incredulidad y furia contenida. Se levantó de golpe, cruzando los brazos mientras lanzaba una mirada fulminante a María Elena.—¿Es en serio, Elena? ¿De todas las personas en este mundo, tenías que mencionar a ese individuo? —dijo, su tono tan afilado como un bisturí—. No sé qué te hace pensar que Díaz me interesa en lo más mínimo. Y mucho menos que le tenga miedo. Porque si alguien debiera estar escondiéndose, ese es él.Mike, que estaba observando con interés, levantó una ceja mientras Stella trataba de sofocar una risa.—¿Qué hizo Díaz ahora? —preguntó Mike, claramente intrigado.Dafne ignoró la pregunta de su hermano, dirigiendo toda su atención a María Elena, que seguía sonriendo como si disfrutara de la reacción.—Y para que quede claro —continuó Dafne, alzando la voz lo suficiente para asegurarse de que todos la escucharan—, ese arrogante egocéntrico no significa nada para mí. Absolutament
En la recepción, la música animada llenaba el ambiente, mientras los niños corrían entre las mesas y los adultos conversaban animadamente. María Emilia y Juan Emilio, los sobrinos mellizos de María Elena, se sentaron junto a su tía Dafne, quien disfrutaba de una copa de vino con la misma elegancia despreocupada que la caracterizaba.—Tía Dafne —dijo María Emilia, inclinándose hacia ella con curiosidad—, ¿cuándo te vas a casar?Dafne arqueó una ceja y les dirigió una mirada inquisitiva.—¿Qué es esa pregunta? ¿Quién les dijo que me preguntaran eso?Juan Emilio no perdió el tiempo en responder.—Mi papá dice que eres la tía solterona y millonaria de la familia, y que debemos quedar bien contigo para que nos heredes tu fortuna.Dafne dejó escapar una carcajada que atrajo la atención de algunos invitados cercanos.—¡Qué descarados son los de esta familia! —dijo, revolviendo el cabello de Juan Emilio—. Pero déjenme decirles algo: ustedes jamás me verán vestida de blanco. No creo en esas co
El avión aterrizó en Colombia bajo un cielo despejado, y el aire cálido y fresco del campo los recibió mientras se acercaban a la hacienda de la familia de María Elena. Desde la camioneta, Micky no podía contener su emoción, moviéndose inquieto en su asiento mientras se acercaban al gran portón de madera. Apenas se detuvieron, el niño saltó fuera del vehículo, corriendo hacia los abuelos que ya esperaban en la entrada.—¡Abuelo Joaquín! ¡Abuela María Paz! —gritó Micky, con los brazos abiertos, mientras sus pequeños pies levantaban polvo del camino.María Paz se inclinó para abrazarlo con ternura, su rostro iluminado por una sonrisa que parecía borrar los años. Joaquín, de pie a su lado, lo recibió con una risa cálida y una palmada en la espalda.—¡Mírate nada más, muchacho! Cada día te pareces más a tu papá —dijo Joaquín, mirando a Anthony con una chispa de complicidad en los ojos.Anthony y María Elena se acercaron juntos, sus manos entrelazadas. María Paz fue la primera en abrir los
La sala de la casa de los Lennox estaba llena de voces y risas. Axel, Anne y Hellen estaban inmersos en una discusión animada sobre un recuerdo de la infancia cuando Anthony entró, acompañado por María Elena y Micky. La expresión de felicidad en el rostro de Anthony y la sonrisa radiante de María Elena captaron la atención de todos al instante.Gerald y Myriam, los padres de Anthony, se giraron hacia ellos desde sus asientos. Aunque conocían bien a María Elena, el brillo en sus ojos sugería que sospechaban que algo importante estaba por venir.—¿Pasa algo? —preguntó Myriam, entrecerrando los ojos con una sonrisa curiosa.Anthony tomó la mano de María Elena, entrelazando sus dedos, mientras Micky se colocaba entre ellos.—Sí, mamá. Papá, chicos… Tenemos una noticia que compartir. —Hizo una pausa breve, disfrutando de la anticipación que llenaba la sala—. María Elena y yo… nos vamos a casar.Por un instante, el silencio pareció envolver la habitación antes de que las emociones explotara
Último capítulo