Capítulo 5 – La decisión del alma

—Lucía, ¿puedes explicarme qué demonios fue eso? —preguntó Dylan, mirándola con una mezcla de enojo y preocupación—. Me acabas de poner en una situación imposible…

Lucía lo observó en silencio durante unos segundos, intentando encontrar las palabras adecuadas. Dylan apenas podía contener la frustración; sus ojos, normalmente llenos de chispa, ahora reflejaban un cansancio emocional que ella conocía demasiado bien. Desde que el alfa de la manada vecina apareció, todo había sido un caos.

—Dylan… ese alfa miente —dijo finalmente, su voz firme, aunque cargada de dolor—. No me rechazó por un hechizo ni por ningún estúpido destino torcido. Lo hizo conscientemente, sabiendo perfectamente lo que hacía. Me dijo que no quería una pareja destinada, que odiaba estar atado a alguien que no eligió. Y cuando, dos meses después, intenté buscarlo… lo encontré con otra loba, revolcándose con ella como si nuestro vínculo nunca hubiera existido. —Su voz se quebró un poco—. Es egoísta, Dylan. Quién sabe qué planes tiene ahora. No puedo confiar en él… Kira ni siquiera puede oler su aroma sin gruñir. ¿Qué pretendías que hiciera?

El beta la observó, frotándose la nuca. Lucía rara vez hablaba de lo que sentía , y ahora cada palabra parecía arrancarle un pedazo de alma.

—Ya… comprendo —respondió, suspirando—. Pero, ¿por qué tenías que decirle al Alfa Karl que nosotros nos emparejaríamos? ¿Sabes lo que acabas de hacer? Fingir un vínculo no es cualquier cosa, Lucía.

Ella lo miró con una mezcla de determinación y súplica.

—No lo fingiremos.

—¿Cómo que no? —preguntó, alzando una ceja incrédulo.

—Dylan, piénsalo bien —dijo, acercándose—. Eres mi mejor amigo, confío plenamente en ti, y la manada también lo hace. No podría elegir a mejor pareja.

El joven soltó una carcajada sin humor.

—Cariño, yo también te quiero, pero esto es una locura. En primer lugar, soy gay, y en segundo… ¿qué pasará cuando no nos marquemos? Y ni hablar del tema del heredero. —Su expresión se endureció—. ¿Ya pensaste en lo que dirá la manada cuando noten que no llevas un cachorro en el vientre? Como luna, es tu deber asegurar la línea del alfa. No lo estás pensando bien.

Lucía respiró hondo, como si cada palabra de él fuera una piedra en su pecho.

—Te propongo algo —dijo, con voz más suave—. Cuando nuestras parejas de segunda oportunidad aparezcan, nos separaremos. Cada uno podrá empezar de nuevo, libre de todo esto.

Dylan la miró, incrédulo.

—¿Y si no aparecen, Lucía? Sabes lo raro que es eso. La Diosa Luna no bendice a todos con una segunda oportunidad.

—Lo sé —susurró ella, bajando la mirada—. Pero, ¿qué esperas que haga? ¿Quieres que le entregue nuestra manada a ese tipo? ¿Quieres verme sufriendo y en agonía cada vez que él aparezca, sabiendo que me rechazó… y que aun así mi lobo lo desea? —Alzó la vista, los ojos llenos de lágrimas contenidas—. Dylan, te lo pido por favor. Solo confío en ti. No me abandones ahora.

El silencio se apoderó de la habitación. Dylan la observó, su respiración temblorosa, su cuerpo entero tenso. No soportaba verla así. Desde pequeños, había sido su protectora, su compañera de juegos, su hermana de alma. Y ahora, la veía rogar.

Con un suspiro frustrado, la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia él.

—Está bien —murmuró, apoyando la barbilla sobre su cabeza—. Solo hasta que nuestras parejas de segunda oportunidad aparezcan. Pero te advierto una cosa, princesa: nada de besitos ni caricias raras. Me estoy guardando para alguien especial.

Lucía soltó una carcajada entre lágrimas, dándole un pequeño golpe en el pecho.

—Eres un idiota.

—Oye, trátame con más amor o te abandono.

Lucía sonrió, acurrucándose más contra él.

—Gracias… hermano.

Dylan sonrió, acariciando su cabello negro con ternura. Desde niños habían sido inseparables. Nadie en la manada dudaría de esa unión; nadie sospecharía. Solo ella sabía su secreto, su atracción por los hombres, el peso de fingir lo que no era frente a todos. Lucía nunca lo juzgó, nunca lo miró con lástima. Su amistad era su refugio, y ahora, su salvación.

No lo hacía solo por deber como beta, sino por amor. Porque para él, ella era su familia, y nada lo haría apartarse de su lado.

**

Los días siguientes, la noticia del apareamiento entre la hija del Alfa Karl y el hijo del Beta Marcus se extendió como fuego entre las manadas vecinas. Lo que comenzó como una simple ceremonia interna se había transformado, por decisión del alfa, en el evento del año. Invitaciones fueron enviadas a cada territorio aliado, las calles se llenaron de preparativos y los miembros de la manada se movían de un lado a otro bajo órdenes estrictas.

Lucía observaba todo desde el balcón de su habitación, sintiéndose extrañamente vacía.

La ceremonia debía ser motivo de alegría, pero en su pecho solo había ansiedad. Dylan intentaba mantener el humor, bromeando sobre los trajes, las flores y los ensayos, pero ella sabía que ambos estaban asustados. Fingir un lazo sagrado frente a la Luna era algo que podía traer consecuencias, y aun así… era el único camino que les quedaba.

El día esperado llegó.

Los rayos del atardecer teñían el bosque de tonos dorados cuando Lucía, vestida con el atuendo ceremonial, salió de su habitación. Su vestido blanco con bordes plateados se movía con elegancia al compás de sus pasos. Kira, su loba, permanecía inquieta bajo su piel, gruñendo con cada pensamiento que la humana intentaba calmar.

Al bajar las escaleras, encontró a su padre esperándola. El Alfa Karl, imponente incluso con la edad, la miró con orgullo. Su sonrisa, amplia y sincera, desarmó la tensión del momento.

—Te ves preciosa, hija… —dijo con voz profunda—. Tal como se veía tu madre el día de nuestra ceremonia.

Lucía sonrió con timidez ante el comentario, bajando la vista para esconder el rubor que subía por su cuello.

—Me alegra que pienses eso, padre.

El alfa la observó por un instante más, y luego añadió:

—Me agrada el Beta Dylan. Pero si no estás segura, siempre puedes detener la ceremonia. Quizá… fui algo apresurado en presionarte.

Lucía le tomó la mano y la apretó suavemente.

—Tranquilo, padre. Estoy segura de lo que estoy haciendo. Dylan será un gran alfa, ya lo verás.

Karl asintió, aunque en el fondo seguía dudando. Conocía demasiado bien a su hija para no notar la tristeza en sus ojos, pero respetó su decisión.

Padre e hija caminaron juntos hacia el jardín. Allí, entre luces de luna y flores blancas, cientos de rostros los esperaban. Representantes de manadas cercanas, betas, guerreros y ancianos del consejo. Todo lucía perfecto. La música, las antorchas, los cánticos de las sacerdotisas. Era el retrato de un sueño… o de una mentira.

Dylan los esperaba al final de la alfombra ceremonial. Cuando la vio aparecer, su expresión cambió.

Por un instante, el humor y la ligereza desaparecieron. Lucía estaba hermosa, como una aparición etérea, y aunque su amistad estaba lejos del deseo, sintió una oleada de orgullo.

Por el enlace mental, su voz resonó en la mente de ella.

—Cariño, si me gustaran las mujeres, te aseguro que tú serías mi tipo. Te ves hermosa, Lulú.

Lucía contuvo una risa nerviosa, pero el comentario hizo que su corazón se aligerara. Su sonrisa fue tan sincera que varios de los presentes la notaron. Las miradas se posaron sobre ella, pero Karl, inflando el pecho con orgullo, caminó con más firmeza.

Todo parecía perfecto.

Demasiado perfecto.

De pronto, un aroma se coló entre la brisa.

Dulce. Adictivo. Familiar.

Lucía sintió cómo sus pulmones se llenaban de ese perfume a miel y madera. Kira gruñó dentro de ella, su presencia vibrando con fuerza.

—Pareja… —susurró su loba, en un tono bajo, gutural.

Lucía se tensó, ignorando las palabras, intentando concentrarse en sus pasos.

—Lo sientes… humana… —volvió a decir Kira, más fuerte—. Es nuestra segunda oportunidad.

Su respiración se aceleró.

El mundo pareció detenerse.

Y en ese instante, entre la multitud, una figura se giró. Ojos color ámbar se giraron hacia la dueña de ese delicioso aroma y supo en ese instante que su pareja de segunda oportunidad era la novia...

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