DÁFNE
El bosque volvió a quedar en silencio. Demasiado silencio.
Cada paso que daba hacía crujir suavemente la ceniza bajo mis pies, y con cada sonido, mi corazón daba un salto. El olor a humo todavía flotaba en el aire — pesado y amargo, como el regusto de algo maligno. Apenas podía respirar sin saborearlo.
El viento susurraba entre los árboles carbonizados, y cada ráfaga se sentía como una voz rozando mi oído — tenue, familiar, cruel. Deberías haberte quedado muerta.
Sacudí la cabeza y seguí caminando. Mis extremidades dolían, mi pulso era inestable, pero algo dentro de mí se negaba a detenerse. Esa misma fuerza — el hilo invisible que me ataba a él — me arrastraba hacia adelante. Mi compañero. Mi Alfa. Mi maldición y mi salvación, todo en uno.
Jordán.
Me llevé una mano al pecho mientras el dolor del vínculo se hacía más intenso. Ya no era solo una sensación — era dolor, profundo y real, desgarrándome las costillas como si mi propio corazón quisiera liberarse y encontrarlo.
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