El viernes llegó en un abrir y cerrar de ojos. Karen estaba frente al espejo con las manos inquietas y el corazón acelerado. El vestido plateado le abrazaba la figura con elegancia, reflejando la luz de la sala como si también él estuviera nervioso.
Se acomodó el cabello por tercera vez, solo para distraerse y dejar de pensar en esa cita.
Paul llegaría en cualquier momento. Y aunque lo había esperado con ilusión, sentía que no tenía control sobre nada.
Respiró hondo.
—¡Tranquila, nena! Todo va a estar bien —exclamó su hermana, dándole un masaje en los hombros—. Estás demasiado tensa. Relájate un poco. No es el fin del mundo.
—Estoy nerviosa, Gabriela —resopló, cerrando los ojos—. No puedo dejar de pensar en él. Ni en lo que podría pasar esta noche. Mi corazón se va a salir si lo veo…
Gabriela vivía con Karen desde siempre. Eran hermanas, pero también cómplices en todo. Tenían una relación de mejores amigas, nunca habían discusiones de por medio.
Aunque era la menor, Gabriela