Nicolás estaba tranquilo en su oficina, sumergido en los documentos que tenía sobre el escritorio. Todo parecía en orden, sin sobresaltos.
Hasta que tocaron la puerta.
El sonido fue firme y preciso.
Lo suficiente para sacarlo de su concentración. Alzó la vista, frunciendo ligeramente el ceño ya que no esperaba visitas y Paul no tocaba la puerta.
Dejó el bolígrafo a un lado, se acomodó en la silla y dijo:
—Adelante.
La puerta se abrió lentamente.
Entró una mujer joven, de cabello rubio y liso que caía con precisión sobre sus hombros. Su postura era firme, casi ejecutiva, y la mirada profesional que traía consigo no dejaba espacio para distracciones.
Él no tardó en reconocerla.
—Siéntate, por favor —ordenó, había olvidado que hablaría unos minutos con ella—. Tenías que haberme avisado que sí ibas a venir.
La rubia se acercó a paso lento, sus tacones resonaron por todo el lugar y se sentó frente a Nicolás con una sonrisa que demostraba su gratitud.
—¿Y perderme esta gran