Helena iba con Nicolás en el auto camino al edificio de Atelier. El día del desfile de Gabriel había llegado, y el ambiente estaba un poco tenso.
Ella no dejaba de pensar en las palabras que les diría a ambos: cobardes, buenos para nada, demonios. Negó con la cabeza, desde su punto de vista, sonaba muy infantil.
Inhaló hondo.
—¿Tienes tu invitación? —preguntó Nicolás, mirándola de reojo cuando llegaron a un semáforo en rojo.
—Sí —La sacó de su cartera—. Sé que no nos dejarán entrar sin ella.
—Perfecto.
—¿Sabes? Estoy muy cabreada —confesó. Nicolás parpadeó ante su vocabulario—. Ya quiero verle la cara a Diana y reclamarle por lo que me hizo. Aunque seguramente se hará la loca, conociéndola.
El ceño fruncido en Helena no dejaba lugar a dudas: estaba molesta, profundamente. La mandíbula tensa y los ojos fijos.
No veía la hora de enfrentarse a su ex mejor amiga. No tanto por la venganza, sino por defender su dignidad. Porque después de todo lo que Diana le había arrebatado, la co