—¿Y entonces? ¿No puedes o qué? —bufó Gabriel, con el celular pegado al oído.
Estaba hablando con su director de marketing. El diseño que presentó Diana no estaba obteniendo ganancias por culpa de Nicolás y su nuevo diseñador anónimo.
—Gabriel… —habló Sergio, del otro lado de la línea—. Lamento decirte que por más que le haga publicidad a su diseño, nada funciona. El hype está concentrado en La flor del veneno. Lo sabes muy bien.
—¡Y una mierda con La flor del veneno! Todavía tiene un nombre estúpido —masculló, apretando el dispositivo y tensando la mandíbula.
Estaba harto de ser opacado por su hermano menor cada vez que subía un escalón en el mundo de los negocios. Nicolás siempre iba un paso adelante, y eso le hacía hervir la sangre.
—¿Qué quieres que haga? He aplicado todo mi conocimiento en marketing en un sólo diseño y no obtengo resultados —comentó, un poco molesto—. Es la primera vez que nos pasa esto.
—No me importa. Quiero que sigas haciendo publicidad hasta en tus huev