Helena estaba lista para salir con Nicolás.
—¿Ya te vas? —preguntó Sarai—. ¿No quieres llevar un par de sándwiches por si les da hambre en el camino?
Ella estaba en la cocina, lavando los platos mientras miraba a su hija. Helena negó con la cabeza y le mostró una sonrisa.
—Gracias, pero no vamos a tardar mucho.
Tocaron la puerta.
—Yo abro.
Helena ya sabía quién era antes de abrir la puerta. Lo presentía, lo intuía en el silencio del pasillo. Al girar el picaporte, lo confirmó: Nicolás estaba allí, de pie, impecable como siempre. El traje formal le sentaba como una armadura, y su mirada serena parecía leerla sin esfuerzo.
No dijo nada al principio, pero su presencia hablaba por él.
—¿Lista? —preguntó.
—Sí.
—¡Cuídense los dos! —gritó Sarai desde la cocina.
Ambos salieron del edificio rumbo al estacionamiento, en donde el auto de Nicolás los esperaba.
Helena no podía evitar sentirse nerviosa. Lo que había pasado esa mañana la tenía mal… Con un desastre en su cabeza. Pensaba