Por suerte, Helena fue atrapada por los enormes y bien formados brazos de Nicolás. Justo a tiempo antes de que cayera de frente al suelo.
—¡Helena! —gritó él, sosteniéndola como pudo.
Lamentablemente, Nicolás no pudo mantener el equilibrio al quedar en una posición incómoda para su cuerpo. Se cayeron al suelo, pero en todo momento, él buscó quedar debajo de ella y recibir el mayor golpe.
Nicolás se dio duro en la espalda, nada que no pudiera aguantar un hombre como él.
Helena, por otro lado, cerró los ojos creyendo que se iba a dar un mal golpe. Cuando los abrió, vio que Nicolás la había salvado. Usó su propio cuerpo de colchón.
—¿Pero qué…? —titubeó.
Helena seguía encima de Nicolás, sin moverse, como si su cuerpo aún no hubiera procesado lo que acababa de pasar.
El golpe había sido suave, pero la cercanía era abrumadora. Sus ojos, de un azul intenso, la miraban sin parpadear, y ella no podía apartar la vista.
La hipnotizaban.
El calor de sus cuerpos entrelazados, la respirac