El juez hojeaba las pruebas con lentitud, deteniéndose en cada párrafo que tachaba a Diana de irresponsable, infiel, inestable. Su nombre aparecía una y otra vez, entre acusaciones y documentos de Internet.
El juez, de cabello blanco y expresión imperturbable, levantó la vista lentamente tras hojear el último documento.
Sus ojos se posaron en Gabriel. El silencio en la sala se volvió denso. El juez dejó los papeles sobre la mesa con cuidado, entrelazó los dedos sobre la carpeta y respiró hondo.
—Entonces, ¿usted sí podrá cubrir económicamente al niño? Hay rumores de que va a perder la empresa —comentó, sin estar seguro—. ¿Qué hará en ese caso? Es lo único que me preocupa de usted, señor Gabriel.
Gabriel ya sabía que se le iba a mencionar ese tema. Diana alzó la mano para hablar, no sin antes haberle preguntado a su abogado. El juez le dio vía libre para que respondiera.
—Señor juez, yo puedo conseguir un trabajo estable para poder criar a mi hijo —se defendió, con una mano en e