Helena estaba sentada frente al escritorio de Nicolás, con las piernas cruzadas y una sonrisa que no podía disimular.
—No puedo creerlo —dijo, con una mezcla de asombro y satisfacción—. Me están escribiendo de revistas que antes ni me miraban. Me han invitado a varias entrevistas también.
Nicolás la observaba con los brazos cruzados, apoyado en el borde del escritorio. En sus ojos se veía lo orgulloso que estaba, y lo mucho que la admiraba.
—Te lo mereces —respondió al fin, con voz firme—. Esto lo construiste después de que te lo quitaron todo.
Helena bajó la mirada por un segundo.
—Mi celular está explotando por tantas notificaciones. ¿Y ya viste lo que dicen de Atelier?
—Sí, a este paso, la empresa de Gabriel va a quedar en el olvido —murmuró, jugando con un lápiz—. Ya nadie quiere poner un pie en sus tiendas.
—Me pregunto qué habrá hecho Diana después de irse así —se cuestionó, pensativa.
Los abucheos debieron de haberla hecho sentir como la peor.
—¿Te preocupa ahora? Ella t