Gabriel estaba en el patio de su mansión, viendo cómo el jardinero cortaba algunas rosas. Bebió un sorbo de whisky y puso el vaso sobre una mesa.
Inhaló hondo.
Su mente estaba en el día de la boda, no dejaba de pensar en lo mal que salió todo…
En ese momento, Diana llegó con pasos apresurados.
—Por fin te encuentro —soltó—. Te he estado buscando por toda la mansión, ¿por qué no respondes mis llamadas?
Gabriel se quedó callado, estaba más preocupado por lo que el mundo pensaba de Atelier. Eran em blanco de todas las críticas y necesitaba elaborar un plan que lo sacara de ese lío.
Diana era la menor de sus preocupaciones. Ella le tocó el hombro, en vista de que su esposo no le prestó atención.
—¡Gabriel! ¿Me estás escuchando o ando hablando con la pared? —se quejó, frunciendo el ceño—. ¡Carajo al menos mírame!
—¡Ya basta, Diana! —exclamó, quitándose su mano de encima. Ella se sobresaltó—. ¿Qué no ves lo que sucede? El mundo nos odia. ¡Somos el hazme reír! Y lo peor de todo es qu