Helena apretó con fuerza la mano de Nicolás. Sus ojos recorrían el lugar como si estuviera presenciando el derrumbe de una fachada cuidadosamente construida.
La música seguía sonando, pero cada nota parecía más hueca. Las mesas comenzaban a vaciarse, y los pasos de los invitados resonaban como una retirada silenciosa.
Incluso algunos socios de Gabriel se marcharon.
Era más que una boda fallida. Era una declaración pública de desconfianza.
—¿Estás bien? —susurró él.
—El karma es real. No hemos hecho nada todavía, y mira cómo poco a poco van cayendo solos.
Muy pocos invitados se quedaron en la celebración, los más cercanos a Gabriel, esos que lo habían acompañado desde sus inicios en Atelier.
—Hablaré con él —anunció Nicolás.
—Te acompaño.
Juntos se acercaron a Gabriel, quien estaba sentado en una banca con Diana dándole palmadas en la espalda.
—Amor, en este mundo hay subidas y bajadas. Nos tocó la bajada esta vez —murmuró, preocupada por él—. No hay que rendirnos. Si lo hace