Helena se estaba terminando de arreglar frente al espejo, ajustando con cuidado los últimos mechones de su cabello. La blusa que había elegido le daba un aire suave, y el perfume recién aplicado flotaba en el ambiente, era un poco fuerte para su gusto.
Esa noche iba a cenar con Nicolás, y aunque no lo admitiera en voz alta, sentía mariposas revoloteando con insistencia en su estómago como si fuera la primera cita.
Justo cuando se inclinó para ponerse los aretes, su celular vibró sobre la mesita. La pantalla se iluminó con un nombre familiar: Karen.
Helena frunció el ceño. Karen no solía llamarla a esa hora, y mucho menos un sábado por la noche.
—¿Karen? ¿Qué pasa? ¿Tienes algún chisme importante que no puedes esperar a que llegue el lunes? —interrogó, con una risita divertida.
—Se trata de Orlando, amiga… —murmuró, haciendo que Helena abriera los ojos—. Esta tarde apareció en la cita que tuve con Paul. Fue una locura. Quería contártelo lo antes posible.
—¿Qué? ¿Cómo que apare