Al día siguiente, Helena llegó al trabajo con el cabello aún húmedo por la ducha rápida y la mente ocupada en los pendientes del día, pero al doblar la esquina del edificio, se detuvo en seco.
Una nube de periodistas bloqueaba la entrada principal. Micrófonos, cámaras, flashes. Todos apuntaron hacia ella en cuanto la reconocieron.
—¡Helena, una palabra!
—¿Podemos hablar con Nicolás?
—Sabemos que eres su novia. Deberías decirle que baje a responder algunas preguntas.
Las preguntas se mezclaban con el ruido de los equipos, y Helena sintió cómo la ansiedad le apretaba el pecho.
—Y-yo… —balbuceó.
Intentó avanzar, pero cada paso era interceptado por alguien más. La grababan desde todos los ángulos, y aunque mantenía el rostro sereno, por dentro se debatía entre salir corriendo o enfrentarlos.
Por suerte, unas manos agarraron su brazo con cuidado y la ayudaron a entrar a la empresa, atravesando la multitud de periodistas.
Era Paul.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó, al verla