Capítulo 30

Amira dio un paso cauteloso hacia él, con los ojos fijos en su mirada, atenta a cualquier indicio de que fuera a atacar. “Que tu adversario nunca sepa dónde vas a golpear” le había dicho la última vez; no era algo fácil si su adversario era él. Shasta la observaba divertido, siguiendo también sus ojos con atención, inmóvil y tranquilo. Dio otro paso. El corazón le latía con fuerza. ¿Dónde voy a golpear?

El tercer paso fue mucho más rápido, casi fugaz, y la patada que lanzó hacia su pantorrilla como un farol lo distrajo lo suficiente como para permitirle asestar un puñetazo en su… No, lo suficiente no. Maldijo mientras, una vez más, él sujetaba su muñeca (ambas, ni bien la joven intentaba defenderse con su otra mano) y se las sostenía tras su propia espalda, obligándola a erguirse al tiempo en que colocaba un cuchillo salido quién sabe de dónde bajo su barbilla. Había sucedido algo similar todas las veces.

-Tienes las manos inmovilizadas y una daga e

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