No, no, no…
Rania salió de la oficina de Samir con una sensación agridulce. Había conseguido la oportunidad que necesitaba, pero también sabía que estaba adentrándose en aguas peligrosas. A medida que se dirigía a su habitación, su mente trabajaba a toda velocidad. La nota que recibió de la en el grupo de criadas le había dejado con más preguntas que respuestas, pero cualquier cosa era mejor que quedarse con Samir.
A la mañana siguiente, Rania se despertó con una determinación en sus ojos. Tomó a Omar en sus brazos, y sus ojos se nublaron cuando su bebé le ofreció su primera sonrisa.
—Eres igual a tu padre… demasiado hermoso… —acarició sus mejillas mientras Omar hizo unos sonidos.
Ya tenía más de dos meses, y cada vez se veía más bonito.
—Buenos días, mi señora… —Laya entró a la habitación con el biberón, y lo frotó en sus manos—. Este chico está muy sonriente hoy…
—está hermoso…
Laya asintió y miró su atuendo.
—¿Va a salir? —Rania no le contó nada, prefería ir por las ramas sin alert