REINA DEL ODIO. CAPÍTULO 33. Todo lo que puedo ofrecerMi corazón da un salto sin que pueda evitarlo. Si se tratara de alguien más, de cualquier otro… quizás no sentiría esto, quizás este rezago de conciencia de que estoy haciendo algo malo no me cosquillearía en lo profundo del cerebro.Y la verdad es que yo siempre quise ser buena, pero luego recuerdo todo lo que me han hecho, todo lo que me han quitado, todas las traiciones, todo a lo que he tenido que renunciar… y se me pasa. Salgo del callejón y me acerco a él. Ahí está Christian, apoyado contra un poste de luz con los brazos cruzados sobre el pecho. Su expresión es tranquila, pero sus ojos me examinan como si intentara descifrar qué demonios acabo de hacer.—¿Tengo algo de qué preocuparme? —pregunta en cuanto me acerco y yo lo miro sin decir nada por unos segundos. Me da la impresión de que lleva ahí un buen rato, pero sé que a la distancia a la que estaba no ha podido escuchar nada.—Quizás esa es la pregunta que debería hace
REINA DEL ODIO. CAPÍTULO 34. Un teatro inútilMe congelo y por un segundo siento que mi estómago se hunde y mi corazón martillea contra mis costillas. Pero solo es un segundo de debilidad, uno que me permito cada tanto porque si soy honesta, nada que tenga que ver con ellos me inmuta ya.Vanessa me mira con desesperación, con los ojos hinchados y la respiración entrecortada.—Es por tu culpa... —susurra, como si las palabras le pesaran en la lengua—. ¡Es por tu maldit@ culpa, Verónica!Me quedo ahí, girando despacio mientras ella irrumpe en mi departamento y yo cierro la puerta, no porque me importa quién escuche, sino porque no quiero que nadie vea.Sé por qué me acusa: El dinero. Los dos mil dólares. Kevin. Su maldit@ adicción. Todo se mezcla en mi cabeza en cuestión de segundos. Pero lo único que puedo hacer en este momento es quedarme quieta, observando a Vanessa, sintiendo una profunda vergüenza ajena por su drama cuando la veo caer de rodillas frente a mí, con lágrimas corriendo
REINA DEL ODIO. CAPÍTULO 35. CrueldadVanessa me mira como si aún fuera alguien importante, como si tuviera derecho a estar aquí, a molestarme, a reclamarme nada. Me mira con esos ojos llenos de odio y resentimiento, como si aún pudiera hacerme daño. Pero no, ya no. Ya no hay nada que pueda hacerme, y ni ella ni su familia a la que indudablemente va a defender pueden hacerme ya más de lo que me han hecho.—Vas a arrepentirte de esto —me suelta con la boca torcida en una sonrisa amarga. Sus palabras caen pesadas, como un mal augurio, pero yo no me dejo intimidar.Le miro a los ojos con calma y le hago una mueca indiferente, y cuando mi voz sale es baja, pero deliberadamente hiriente.—De lo único que me arrepiento, Vanessa, es de no haberles hecho la agonía más lenta y más insoportable. Pero no te preocupes, todo en la vida se puede arreglar, ¿verdad?Puedo ver cómo su rostro se contorsiona por la rabia, pero no puede hacer nada. Al final está cortada por la misma tijera que Elsa, por
REINA DEL ODIO. CAPÍTULO 36. Un grito de ayudaNo sé cómo pasa. Veo en cámara lenta cómo Mildred cae desmayada y peor, cuando Alma baja las escaleras gritando. La mitad de mí tiene que socorrer a su madre y la otra mitad tiene que contener a mi hija, que empieza a llorar del miedo.Alcanzo mi teléfono con el corazón atorado en la garganta y pido una ambulancia de inmediato. Por suerte no tardan nada en llegar, se llevan a Mildred y yo subo a Alma a mi coche porque necesitamos seguirlos. En cuanto llegamos al hospital, todo se vuelve un torbellino de luces, personas corriendo de un lado a otro y el sonido constante de máquinas pitando. Mildred está siendo llevada en camilla hacia una de las salas de emergencia, y Alma, mi pobre niña, está colapsando frente a mí. La abrazo, intentando que se sienta un poco más segura, aunque yo misma estoy bastante desconcertada. Por suerte no pasa mucho tiempo antes de que un doctor salga y aunque su expresión es seria, no es del todo alarmada. —Mild
REINA DEL ODIO. CAPÍTULO 37. Padres primerizosMe despierto con un peso cálido contra mi cuerpo y la sensación de un brazo rodeando mi cintura. Parpadeo varias veces antes de darme cuenta de dónde estoy: en el sofá de la sala, envuelta en el abrazo de Christian.Anoche, después de que Alma se durmiera, me quedé llorando en silencio en el pasillo. La mitad de mí simplemente estaba destrozada por ver a mi niña sufrir, y la otra por entender que Elsa realmente nunca ha sido una madre para nadie, porque dudo mucho que el sufrimiento de sus hijos alguna vez le haya quitado el sueño.Christian me abrazó sin decir nada y, de alguna manera, terminamos quedándonos dormidos así, juntos, en el sofá. Es extraño, pero por primera vez en mucho tiempo, no me sentí sola.—Buenos días —murmura él con voz ronca, apenas despertando.—Buenos días —respondo, aunque en realidad estoy segura de algo se me está olvidando.Me estiro un poco y entonces me doy cuenta de algo. —¡Mierd@! —exclamo, incorporándom
REINA DEL ODIO. 38. La parte más dulce de la historiaNo puedo evitarlo, una de mis cejas se levanta y lo observo con un gesto sugerente.—¿Eso qué significa exactamente, muñeco? ¿Estás pensando embarazarme o qué? —le pregunto, más por molestar que por otra cosa, y Christian se ríe como si yo fuera la loca por tomarme esto a tono de broma.—La verdadera pregunta es, ¿cuántas veces me vas a dejar embarazarte? —me responde, encogiéndose de hombros, como si nada, y le pego en el hombro porque juro que me sonó en serio.—Claro, claro, pero vas a tener que apurarte, porque yo ya tengo una edad… —le digo como si tuviera cincuenta años y él se lleva una mano al pecho.—¡Eso es cierto! ¡Solo te quedan como diez años de vida fértil! ¡Date la vuelta y súbete la falda que ahora mismo empezamos a practicar! —exclama y acaba besándome hasta que me ahogo de la risa.Sin embargo cuando por fin los besos nos dejan respirar, veo que me sonríe con esa mirada arrogante, como si estuviera seguro de que t
REINA DEL ODIO. CAPÍTULO 39. Recuerdos de hace diez añosA veces, las palabras son tan poderosas como cualquier acción, sobre todo cuando las respalda el carácter de un hombre como él. Eso es lo primero que se me ocurre cuando Christian me besa, un beso largo, como si fuera a ser el último, como si de alguna manera, el universo decidiera darme un descanso.Así que lo recibo con la misma intensidad, pero hay algo más detrás de ese beso. Es una mezcla de gratitud, de alivio, de saber que, por una vez, tengo a alguien que está aquí para mí, que no me va a dejar sola por más terca que sea.—Gracias por estar aquí —le digo y muerde mi labio inferior con un gruñido de satisfacción.—¿Tú agradeciendo? ¡Uff, debo ser el mejor sexo de tu vida! —se burla, pero un segundo después vuelve a ponerse serio—. Voy a estar siempre que me necesites. Siempre.Es como si me quitara un peso de encima, aunque, lo sé, en realidad no cambia nada. Siempre he sido independiente, siempre he aprendido a manejarme
REINA DEL ODIO. CAPÍTULO 40. Más de una sorpresaMe dejo caer en el sofá con un suspiro de satisfacción que ni siquiera intento evitar. Elsa está tirada en el suelo, un poco balbuceante y otro poco aturdida, como un boxeador mal entrenado al que hubieran nockeado demasiado rápido.Alcanzo mi celular y la llamada suena tres veces antes de que Ruby conteste. Ni siquiera tengo que decirlo: ella es la primera persona que cruza mi mente para los trabajos sucios como este, porque Ruby sí que sabe cómo esconder delitos mayores.“Dime que no estás borracha a esta hora” saluda sin preámbulos. “Porque si lo estás, este no es el número nena. Borracha se llama a los ex, o en tu caso, a la cosita tierna que es tu…”—Si dices “novio” te descuartizo —le advierto y la escucho reír—. Pero no es nada de eso. Es algo más… interesante. Necesito tu ayuda para tirar un cuerpo —respondo con calma, limpiándome las manos con una servilleta.Todo lo que hay es silencio y luego una risa entrecortada.“¿Qué tan