El anuncio llegó con el desayuno, servido en la bandeja de plata que María depositó con manos temblorosas sobre la mesa de noche. Don Vidal entró sin golpear, como había hecho cada mañana durante las últimas seis semanas, pero esta vez traía consigo una energía diferente, casi eléctrica.

—Esta noche tendremos invitados —declaró mientras se acomodaba los gemelos dorados con movimientos precisos—. Una cena benéfica. Veinticinco familias de las más importantes de Sicilia.

Danna dejó la taza de té a medio camino hacia sus labios. Invitados. Gente de afuera. Una oportunidad. La esperanza se encendió en su pecho como una cerilla en la oscuridad.

—Te presentaré oficialmente como la madre de mi heredero —continuó Don Vidal, ignorando completamente la expresión de shock en el rostro de Danna—. Es hora de que el mundo sepa que la línea Vidal continuará.

—No soy parte de su familia —logró articular Danna, aunque su voz sonó más débil de lo que hubiera deseado.